LOS DE OTROS GRUPOS (1)

 

“Y habían quedado en el campamento dos varones, llamados el uno Eldad y el otro Medad, sobre los cuales también reposó el espíritu; estaban éstos entre los inscritos, pero no habían venido al tabernáculo; y profetizaron en el campamento. Y corrió un joven y dio aviso a Moisés… Entonces respondió Josué… y dijo: Señor mío Moisés, impídelos” (Números 11:26-28).
 
Lectura: Números 11:25-29.
 
            Aquí tenemos una historia interesante acerca de la actitud que debemos tener en cuanto a nuestra relación con otros que pertenecen a otros grupos que también sirven al Señor, pero no son de “los nuestros”.
 
Sucedió que Moisés necesitaba ayudantes para gobernar al pueblo tan numeroso que estaba a su cargo. Entonces Dios envió el Espíritu Santo sobre setenta varones ancianos para capacitarlos para la tarea de compartir la carga con Moisés. Cuando el Espíritu cayó sobre ellos profetizaron. Dos de ellos no estaban en el grupo que había venido al tabernáculo, sino que habían quedado en el campamiento donde profetizaron igual que los otros. Cuando un joven lo vio, avisó a Moisés, y Josué, el ayudante de Moisés le dijo que los impidiese. Esta es la actitud que tienen muchos de nosotros. Pensamos que, si una persona no forma parte de nuestro grupo, o denominación, o sistema de escatología, está descalificada para servir al Señor o hablar en su Nombre. Esto es lo que pensó el joven que avisó a Moisés, y lo que pensó Josué, su ayudante, pero ¿qué pensó Moisés?
 
La respuesta de Moisés es aleccionadora: “Y Moisés le respondió: ¿Tienes tú celos por mí? Ojalá todo el pueblo de Jehová fuese profeta, y que Jehová pusiera su espíritu sobre ellos” (11:29). Moisés no quería ser el único líder del pueblo, ni que los que le rodeaban fuesen los únicos que pudiesen hablar de parte de Dios, sino que ¡todos los creyentes lo hiciesen! Su actitud fue, y siegue siendo, ejemplar. Dios le concedió su deseo en el día de Pentecostés cuando el Espíritu Santo cayó sobre todo creyente. El apóstol Pablo escribió que todos deberíamos desear el don de profetizar: “Seguid el amor; y procurad los dones espirituales, pero sobre todo que profeticéis… El que profetiza habla a los hombres para edificación, exhortación y consolación” (1 Cor. 14:3). Este don de profecía no es el mismo que tuvieron los profetas del Antiguo Testamento, pero sí que es una cosa muy hermosa, necesaria, y de mucha bendición para la iglesia. Consiste en transmitir una palabra de Dios a otros para edificarlos, exhortarlos o consolarlos. Es más que darles una palabra humana de ánimo; es dar una palabra de Dios para la persona o para todo un grupo. Es un mensaje que inspira el Espíritu Santo para la ocasión que puede llegar a corazones en necesidad de oír de Dios y hacerles mucho bien. Las palabras humanas pueden ser muy buenas, pero las que proceden de Dios van acompañadas por Su poder para efectuar el bien que Dios propuso al enviarlas.
 
La palabra de Pablo sigue vigente: “Procurad los dones espirituales, pero sobre todo que profeticéis”. Padre amado, esto es lo que pedimos, que podamos hablar palabras de vida, procedentes de ti, para el bien de otros, en el Nombre del Señor Jesús. Amén. Y en cuanto a los que conocen al Señor de otros grupos y le sirven, nuestro deseo es que Dios use su ministerio para aportar mucha bendición a mucha gente. Que así sea.


 
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