LA TEOLOGÍA DEL ARTE (4)

 

“Entonces María dijo: Engrandece mi alma al Señor; y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador. Porque ha mirado la bajeza de su sierva; pues he aquí desde ahora me dirán bienaventurada todas las generaciones. Porque me ha hecho grandes cosas el Poderoso; Santo es su nombre. Y su misericordia es de generación en generación a los que le temen. Hizo proezas con su brazo; esparció a los soberbios en el pensamiento de sus corazones. Quitó de los tronos a los poderosos, y exaltó a los humildes” (Lucas 1:46-52).
 
Lectura: Lucas 1:53-55.
 
            En el Magníficat se refleja la belleza del carácter de María. Su alabanza al Señor muestra su sorpresa al ser escogida para tan alto privilegio como lo era ser la madre del Mesías. Ella reconoce a Dios como su Salvador, porque necesitaba ser salva como todos nosotros. Se regocija en la misericordia de Dios hacia ella al exaltar a una persona de estatus social tan humilde a la altura de ser la madre de Aquel que iba a ocupar el trono de Israel. La vida de Jesús no siguió el curso que ella había anticipado, ni que nadie había anticipado, y esto le causó consternación y finalmente mucho sufrimiento, pero su fe estaba a la altura de soportar todo lo que tuvo que soportar y así consta como ejemplo para los creyentes de todas las generaciones. Finalmente la vemos como los demás, con los apóstoles y el grupo de los 120 creyentes sobre los cuales cayó el Espíritu Santo en el Día de Pentecostés. Es la última vez que María sale en las Escrituras.
 
            La leyenda que se ha formado alrededor de ella crea una María que no tiene nada que ver con aquella a la que hemos llegado a amar en los relatos de los evangelios. Se debe esto en gran parte a la “teología del arte”, a la María glorificada que se ve representada en las obras de los grandes pintores como Giotto, Fra Angélico, Rafael, Miguel Ángel, Leonardo da Vinci, Caravaggio, y otros, incluyendo a nuestro Murillo. Es por medio de sus magníficas obras de arte que la gente que no tenía acceso a la Biblia llegó a creer en una María distinta de la humilde joven de Galilea. En ellas se ve la muerte de la Virgen, su asunción al cielo, su coronación, y su exaltación para ser casi la co-redentora, y ocupar el lugar de intercesora entre el creyente y Dios. Todo esto ha desplazado la obra redentora de Jesús a un segundo plano y ha centrado la atención en María como la persona siempre dispuesta a escuchar nuestras oraciones e interceder ante Dios a favor nuestro. Esta “María” ha capturado sus corazones como el objeto de su devoción.
 
            Hay dos problemas importantes que resultan con esta teología del arte. La primera es que esta María no existe. No hay ninguna base histórica o bíblica para apoyar su existencia. Es la creación de mentes románticas, bellas ideas, y una fantasía humana. La tragedia es que millones de personas sinceras oran a una persona que no existe y no puede oír sus oraciones. La verdadera María tampoco puede oír las oraciones de cristianos, porque no hay comunicación posible con los que han muerto en el Señor. Ella está en el cielo, pero los vivos no tienen acceso a los que nos han precedido.
 
El segundo problema es que Dios prohíbe la idolatría, que es el culto a cualquier persona u objeto de devoción que no sea Él mismo: “Yo soy Jehová tu Dios… No tendrás dioses ajenos delante de mí. No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás a ellas, ni las honrarás; porque yo soy Jehová tu Dios” (Éxodo 20:2-5). Está prohibido la creación de imágenes o semejanzas, el inclinarse delante de ellas o el honrarlas, porque esto resulta en hacerles culto en rivalidad con Dios, y es justamente lo que ha pasado por medio del arte.
 
     
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