“Y los otros sacerdotes llegaron a ser muchos, debido a que por la muerte no podían continuar; mas éste, por cuanto permanece para siempre, tienen un sacerdocio inmutable; por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos” (Heb. 7:23-25).
Lectura: Heb. 4:15, 16.
El Señor Jesús es el único mediador entre Dios y los hombres. Esto excluye a los santos, a los sacerdotes, al Papa, a la Virgen María, a la Iglesia, y a cualquier institución religiosa, católica o protestante. El apóstol Pablo lo dejó escrito clarísimamente: “Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre” (1 Tim. 2:5). El Señor es el mediador entre Dios y los hombres y el intercesor que presenta nuestra causa delante de Dios. Abre sus manos delante del Padre y todo está dicho. El Padre ve las cicatrices de su padecimiento y nos perdona debido a Aquel que sufrió en nuestro lugar. Ve la evidencia de que nuestra deuda ha sido pagada.
El Señor Jesús intercede por nosotros en todas nuestras aflicciones y nos manda el necesario socorro: “Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro” (Heb. 4:16). Lo hace con conocimiento de causa, porque Él pasó por cosas similares: “Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado” (Heb. 4:15). Nos comprende. Se compadece de nosotros. Su escuela de entrenamiento para este ministerio fue la vida misma. Él que ya era perfecto se perfeccionó para este ministerio por medio de su propio sufrimiento: “Porque convenía a aquel por cuya causa son todas las cosas, y por quien todas las cosas subsisten, que, habiendo de llevar muchos hijos a la gloria, perfeccionase por aflicciones al autor de la salvación de ellos” (Heb. 2:10).
Él pasó por todo lo que pasó para poder empatizar con nosotros al interceder por nosotros. Ya podría haber intercedido sin haber sufrido, pero no sería lo mismo. ¡Pasó por todo aquello solo para poder interceder eficazmente! Nos entiende. “Estuvo allí e hizo aquello”, como dice la expresión. Se identifica con nosotros en lo que estamos pasando y lo comprende perfectamente y clama como si estuviese clamando por sí mismo. Así es un intercesor. El ministerio de interceder es sumamente importante. No le asignamos el valor que tiene. Podríamos pensar que Jesús padeció para luego ser exaltado, y es cierto, pero también lo es que padeció como preparación para entrar en su ministerio de la intercesión. Para Jesús valió la pena sufrir para vivir nuestro dolor en su propia carne, entender nuestro sufrimiento, y así interceder con auténtica identificación con nosotros. Por esto sus intercesiones son poderosas.
¿Tú piensas que vale la pena haber sufrido todo lo que has sufrido para poder entender a otros y orar eficazmente por ellos? No menosprecies el ministerio de la intercesión por otros. No vas a ganar reconocimiento por ser un buen intercesor. Nadie te va a aplaudir. No es un ministerio público que te hará famoso, sino un ministerio realizado en el secreto de tu alcoba, visto solo por Dios, y premiado solo por Él; pero por medio de este ministerio Dios hace sus maravillas en este mundo.
Copyright © 2024 Devocionales Margarita Burt, All rights reserved.