“Escucha, oh Jehová, mis palabras; considera mi gemir. Está atento a la voz de mi clamor, Rey mío y Dios mío, porque a ti oraré. Oh Jehová, de mañana oirás mi voz; de mañana me presentaré delante de ti, y esperaré” (Salmo 5:1-3).
Lectura: Salmo 5:4-12.
En el libro de los Salmos tenemos la transcripción de las oraciones de David y de otros hombres de Dios. A lo largo de los milenios, incontables personas han hecho suyas sus palabras y expresiones al dirigirse a Dios. Sus oraciones nos han inspirado, nos han enseñado y nos han consolado en incontables ocasiones. Cuánta ayuda e inspiración hemos recibido por medio de ellas, cuánta enseñanza y cuánta instrucción para nuestra vida de oración.
¡Nosotros podríamos seguir su ejemplo escribiendo oraciones para mandárselas a otros! Podríamos aprovechar los medios de comunicación que tenemos hoy día para enviar nuestras oraciones a nuestros amigos o familiares, o bien en forma de audio, o bien escritas. Cuando alguien nos pide oración por una necesidad, podemos mandarles un audio con nuestra oración a su favor. ¡Así sabrán que hemos orado! O si estamos solos y queremos orar con alguien, podemos mandarles nuestra oración y ellos pueden hacer lo mismo.
Tenemos un amigo que está gravemente enfermo y no conoce al Señor. Su esposa se ha mostrado dispuesta a recibir meditaciones y oraciones de vez en cuando. Puede ser que tú conozcas a alguien que necesite saber cómo orar al enfrentar la eternidad y que estaría dispuesta a escuchar una oración que tú le mandases. Aquí incluyo la que mandé a esta pareja. La hice y dejé el resto en manos de Dios, pidiéndole que la acompañe con la ministración de Su Espíritu, revelándoles el camino de la salvación.
Nuestro Padre celestial, dentro de poco me tocará presentarme delante de ti. Al pensar en ello tengo que reconocer que he pecado contra ti en pensamiento, palabra y hecho. Ningún mérito que yo poseo podría salvarme. Aquí en tu presencia confieso mi indignidad y la lamentable condición de mi alma a la luz de tu justicia absoluta y santidad perfecta. ¿Cómo podré aparecer delante de tu trono de juicio en el Día Final? Mi única esperanza de salvación está en tu provisión por mi pecado que es la sangre de Jesús que fue derramada en la cruz del Calvario hace 2.000 años. Solo su sangre puede lavarme y hacerme limpio y presentable delante de ti. Tu Palabra dice: “La sangre de Jesús nos limpia de todo pecado”. Yo lo creo, y pongo mi fe y toda mi esperanza de salvación en su sacrificio perfecto hecho por mi pecado. En aquella esperanza te encomiendo mi alma creyendo que Él ha ganado el Cielo para mí, y que debido a su sacrificio yo soy salvo. Gracias por tu asombrosa gracia hacia mí en Cristo y por la esperanza del Cielo únicamente por medio de su mérito. Amén.
Si el Señor te dirige a mandar algunas oraciones podría ser el principio de un ministerio de gracia que aporte mucho beneficio a sus receptores.
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