UNA ESPERANZA VIVA (3)

 

“Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según su grande misericordia nos hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos” (1 Pedro 1:3).
 
Lectura: 1 Pedro 1:3-7.
 
Tenemos una esperanza grandísima: Nos espera “una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en los cielos” (1:4). Para entrar en esta herencia somos “guardados por el poder de Dios”, por un lado, y “mediante la fe”, por otro, “para alcanzar la salvación que está preparada para ser manifestada en el tiempo postrero” (1:5). Esta esperanza nos da mucha alegría en medio de las pruebas que estamos pasando ahora: “En lo cual vosotros os alegráis, aunque ahora por un poco de tiempo, si es necesario, tengáis que ser afligidos en diversas pruebas” (1:6). Las pruebas no gustan, pero son necesarias para purificar y hacer crecer nuestra fe: “para que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual, aunque perecedero, se prueba con fuego, sea hallada en alabaza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo” (1:7). Entraremos en nuestra herencia cuando el Señor Jesús vuelva. Toda nuestra esperanza se centra en su venida. Amamos al Señor Jesucristo y lo esperamos con ansias: “Jesucristo, a quien amáis sin haberle visto, en quien, creyendo, aunque ahora no lo veáis, os alegráis con gozo inefable y glorioso” (1:8). Y así entramos en la plenitud de nuestra salvación, en nuestra herencia eterna: “obteniendo el fin de vuestra fe, que es la salvación de vuestras almas” (1:9).
 
Esto de la espera no nos gusta. Tampoco queremos muchas pruebas. Tampoco le gustaba a Pedro, y la muerte que le esperaba era terrible, pero lo vemos lleno de gozo, esperanza, y amor para el Señor Jesús, y muy deseoso de que vuelva. Recordaremos que él quería que el Señor inaugurase su Reino inmediatamente. Después de la resurrección del Señor Jesús Pedro y los demás discípulos habían preguntado: “Señor, ¿restaurarás el reino a Israel en este tiempo?” (Hechos 1:6). El Señor les había contestado: “No os toca a vosotros saber los tiempos o las sazones, que el Padre puso en su sola potestad” (Hechos 1:7). ¿Y sabes lo que viene a continuación? El Señor nos dice que nos entreguemos a la propagación del Evangelio, para invitar a más gente a formar para del Reino y heredar todo lo que nos menciona Pedro (1:4, 5). El Señor nos promete el poder para extender el Evangelio: “Recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en todo Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra” (1:8). 
 
Tenemos una maravillosa esperanza futura y sufrimiento presente para fortalecer nuestra fe, y mucho trabajo que hacer antes de que entremos en nuestra grandiosa herencia. Gracias al Señor por enviarnos su Espíritu Santo para hacer viva nuestra esperanza, para consolarnos en el sufrimiento presente con esta esperanza, y para darnos poder para realizar el ministerio que nos ha encomendado para ser testigos suyos.


   

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