HACE A LOS SORDOS OÍR (4)

 

 
“Y en gran manera se maravillaban, diciendo: Bien lo ha hecho todo; hace a los sordos oír, y a los mudos hablar” (Marcos 7:37).
 
“Dios mismo vendrá, os salvará. Entonces los ojos de los ciegos serán abiertos, y los oídos de los sordos se abrirán” (Is. 35:4, 5).
 
Lectura: Marcos 7:31-37.
 
            “Y le trajeron un sordo y tartamudo, y le rogaron que le pusiera la mano encima”. No sabemos cuál era la motivación de los que trajeron al sordomudo a Jesús. Pudo haber sido compasión, o pudo haber sido el deseo de ver un milagro realizado delante de sus propios ojos. Parece que fue la segunda, porque el Señor no realizó el milagro delante de ellos, sino aparte: “Y tomándole aparte de la gente, metió los dedos en las orejas de él, y escupiendo, tocó su lengua”. Jesús no hizo el milagro delante de ellos, ni de la manera en que ellos le rogaron que lo hiciese. Parece que eran sensacionalistas, porque cuando Jesús les dijo que no dijesen nada a nadie, “tanto más y más lo divulgaban”. Querían ver un milagro y querían contar a otros lo que ellos habían visto ¡con sus propios ojos! Ya nos podemos imaginar cómo hablarían: “¿A que no sabes lo que yo he visto? Jesús sanó a un sordomudo. ¡Es cierto! ¡Lo he visto con mis propios ojos!”. Para evitar esta clase de sensacionalismo, Jesús hizo el milagro aparte y les mandó que no dijesen nada. Pero no le obedecían, porque no tenían fe en Él. Jesús, en cambio, sí que tuvo compasión del hombre: “Y levantando los ojos al cielo, gimió, y le dijo: Efata, es decir: Sé abierto”. El Señor siente profundamente nuestro dolor.  Un himno lo expresa así:
 
¿A Jesús le importa cuando mi corazón duele demasiado para reírme o cantar,
cuando las cargas pesan, y las preocupaciones aumentan, y los días son cansinos y largos?
 
Oh sí, le importa, yo sé que le importa, que su corazón siente mi pena;
Cuando los días son cansinos y las largas noches son tristes, sé que mi Salvador lo siente.
 
            El comentario de la gente después de saber que el hombre había quedado sano nos recuerda la profecía de Isaías: “Dios mismo vendrá, os salvará. Entonces los ojos de los ciegos serán abiertos, y los oídos de los sordos se abrirán” (Is. 35:4, 5). Jesús es el Mesías. Lo ha demostrado. Y el profeta nos lo identifica como “Dios mismo que ha venido”. Sabemos que Dios siente profundamente nuestro dolor. Por eso vino, pero no para aliviar el dolor y dejarnos en nuestros pecados, sino para pagar el precio de nuestro pecado, salvarnos y prepararnos para el Reino enviando su Espíritu para transformarnos. Para que más gente pueda participar en el Reino, ha demorado su segunda venida, para darnos tiempo para proclamar el evangelio a sucesivas generaciones y extenderles a ellos la invitación a creer en Cristo para que puedan estar en el Sion eterno. Entonces: “Vendrán a Sion con alegría y gozo perpetuo será sobre sus cabezas; y tendrán gozo y alegría, y huirán la tristeza y el gemido”, PARA SIEMPRE. (Is. 35:10).
 
   

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