RECIBIR A LAS PERSONAS

 

“Y tomó a un niño, y lo puso en medio de ellos y tomándole en sus brazos, les dijo: El que reciba en mi nombre a un niño como este, me recibe a mí; y el que a mí me recibe, no me recibe a mí sino al que me envió” (Marcos 9:37).
 
Lectura: Marcos 9:33-37.
 
            La palabra que se repite en este texto es “recibir”. ¿Qué significa recibir a un niño? ¿Qué significa recibir a Jesús? ¿Qué significa recibir al Padre? El tema que estaban discutiendo los discípulos cuando Jesús habló de recibir un niño era quién iba a ser el más importante en el Reino. Todos ellos aspiraban a ocupar el primer lugar, por lo menos el de primer ministro, en el reino que Jesús estaba a punto de inaugurar, o así pensaban ellos. La cuestión que propone Jesús es: ¿Qué actitud tenemos hacia los que son más pobres que nosotros, menos afortunados, menos válidos, de una clase inferior de la sociedad, de una región del país que consideramos no aceptable, la gente mayor, o los que no tienen estudios? ¿Cómo los recibimos? ¿Cómo los saludamos? ¿Les damos la bienvenida para formar parte de nuestro grupo? ¿Los incluimos? ¿Los saludamos con entusiasmo, con calor, o con indiferencia? ¿Nos interesa esta gente? Si no, no podemos ocupar un lugar importante en el reino.
 
            Mi madre fue de viaje con una mujer marginada que ella había incluido en nuestra familia. Cuando llegaron a la casa de una amiga “rica” que las esperaba para cenar y dormir aquella noche, la mujer, cuando vio a la amiga que acompañaba a mi madre, le dijo: “Tú puedes entrar en mi casa, pero aquella, no”. Mi madre le dio las gracias, y dijo: “No te preocupes. Iremos a un hotel”. Si no recibimos con verdadero interés a estas personas, es porque pensamos que nosotros somos más importantes. ¿Cómo vamos a ser líderes en el Reino de Dios de gente que tratamos como inferiores? Esta es la lección que el Señor Jesús estaba dando a sus discípulos. Si entre ellos había actitudes de superioridad, ¿cómo valoraban a los que ni siquiera formaban parte de su grupo? Los fariseos mostraban verdadero desprecio hacia los minusválidos (Juan 9:34), hacia el pueblo en general (Juan 7:49), y hace la gente de galilea (Juan 7:52). Se veían como una clase superior. ¿Y nosotros?
 
            Jesús enseñaba que el líder es el siervo de todos. Veía muy importante que el evangelio llegase a los más pobres: “Los ciegos ven, y los cojos andan; los leprosos son limpiados, y los sordos oyen; los muertos son resucitados, y el evangelio es predicado a los pobres” (Mateo 11:5). ¡Esto lo hacía feliz! Todos en esta lista son menos afortunados, y Jesús los recibía. Esta es la palabra clave: “recibir”. “Recibir” significa incluir, valorar, atender e interesarnos por su bienestar. Su actitud es la que debemos tener hacia los que no son parte de nuestra sociedad o clase. ¿Quién está en la clase de Jesús? Nadie. Ningún ser humano. Sin embargo, Él recibía a todos.
 
            Padre amado, ayúdanos a recibir a la gente, a todos, a darles la bienvenida y a hacerles sentirse incluidos, a interesarnos por ellos, a atenderlos bien, e invitarlos a formar parte de nuestro círculo. Quita nuestra frialdad, orgullo y prejuicios. Danos el amor humilde que tuvo el Señor hacia todos, los importantes y los no importantes. En su nombre, Amén.


 
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