“Respondió Jesús y le dijo: Lo que yo hago, tú no lo comprendes ahora; mas lo entenderás después” (Juan 13:7).
“Bienaventurado es el que no halle tropiezo en mí” (Mateo 11:6).
Lectura: Salmo 73:16, 21, 22.
Dios mío, hay muchas cosas que no entiendo. No entiendo tu justicia, ¿por qué hay terremotos, huracanes, tantos desastres naturales que dejan a miles sin hogar y a muchos muertos? Cada vez que veo estas cosas en las noticias sufro y me pregunto: ¿por qué? No entiendo por qué permites las guerras y todas las injusticias que hay en el mundo. No entiendo por qué mueren miles y miles de niños de SIDA, víctimas inocentes. No entiendo la violencia en las calles, las personas “sintecho”, los ancianos abandonados, en fin, todo el tema del sufrimiento en el mundo. No lo entiendo. Esto, a escala global; pero tampoco entiendo el sufrimiento en mi vida y en la de los míos: amigas con cáncer, ciegas, discapacitadas.
Otro tema que no entiendo es el de tu soberanía. ¿Por qué se salvan algunas personas, y otras, no? ¿Por qué entienden algunos el evangelio y lo aceptan, y otras personas no responden? ¿Por qué hay tantos hijos de creyentes apartados?
Tampoco entiendo tu voluntad. Quería servirte más de lo que he hecho. Esperaba lograr cosas que no he podido hacer. Esperaba tener cosas que no he podido conseguir. Pensaba que me ibas a usar de una manera, y esto no ha sido posible. No se me han abierto puertas que pensaba que se me iban a abrir. Mi vida ha tomado un rumbo totalmente inesperado, y no lo entiendo.
Lo que menos entiendo es tu misericordia. ¿Por qué te fijaste en mí? ¿Por qué te importa tanto la pobre raza de Adán? ¿Por qué no destruiste la totalidad de la humanidad en días de Noé y empezaste de nuevo con otra clase de humano incapaz de pecar? ¿Por qué decidiste poner todo el sufrimiento del mundo, y toda tu ira por las injusticias del hombre sobre tú atesorado y amado Hijo? ¿Por qué permitiste que la rebeldía del hombre, su crueldad al prójimo, el desamor de la raza humana, su tiranía, perversidad, egoísmo y blasfemia contra ti, desgarrase tu corazón? ¿Cómo podemos pedirte cuentas por lo que pasa en este mundo, si tú mismo tomaste la responsabilidad de rectificarlo, pagando tú las consecuencias del mal que nunca causaste? ¿Fue tan grande tu crimen de crear al hombre libre que pagaste en sangre por su desviación? ¿Tan responsable te sentías por la deformación de la raza de Adán que pusiste tu vida por ella? ¿Por qué moriste tú y no él? ¿O yo?
Oh Padre, perdóname, ¿cómo puedo preguntarte por la perdición de esta raza si no salgo todos los días y a todas horas para pregonar tu salvación? ¿Cómo puedo pedirte cuentas si no desgasto mis rodillas implorándote misericordia por aquel que merece morir? Yo soy la injusta, no tú. Yo no abro mi boca y tú fuiste abierto y traspasado, sacrificado y exprimido hasta la muerte, por amor y por ira. De todo lo que no entiendo, lo más grande es mi osadía. Yo que soy polvo, ¿cómo te puedo preguntar nada? En la oscuridad del Calvario, junto a la cruz de Cristo, se me encienden todas las luces, y empiezo a comprender.
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