“Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová. Como son más altos los cielos que la tierra, así son más altos mis caminos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos” (Is. 55: 8-9).
Lectura: Marcos 3:21, 22, 31-35.
Cuando vemos a María luchando para comprender la actuación de Jesús nos choca (Marcos 3:21 y 31; Lucas 2:49-50; Juan 2:4). Toda una leyenda se ha formado alrededor de su persona. Parece que es la única persona que no se puede tocar, pero no hay nadie perfecto. No fue fácil entender a Jesús. Nadie lo entendió de entrada. Era como su Padre, quien dijo que sus caminos no son nuestros caminos. ¡No es de sorprender que no los entendamos! No hacía las cosas como los judíos tenían pensado. No sacó fuera a los romanos para librar a Israel como pensaba la multitud en el domingo de ramos cuando le aclamaban como Rey diciendo: “¡Hosanna al Hijo de David!” (Mat. 21:9). Ni siquiera lo entendían sus propios discípulos. Cuando Jesús hubo resucitado, ellos pensaban que iba a restaurar el reino a Israel inmediatamente (Hechos 1:6).
Nadie de los discípulos entendía que Cristo tuvo que morir y luego resucitar y, después de mucho tiempo, volver. Pedro metió la pata bien metida cuando le dijo a Jesús que no fuera a la Cruz y el Señor le contestó que le había ofendido, porque pensaba como un hombre, con pensamientos que venían del diablo, no de Dios. (Mateo 16:23).
Cuando lo pensamos, el evangelio es bien extraño. Creemos en un hombre que era totalmente diferente. Rompía los esquemas de la gente y ofendía a todo el mundo. No encajaba con la religión de los judíos, ¡establecida por Dios! No cumplía las esperanzas mesiánicas del pueblo. Sus mismos parientes lo querían separar de su ministerio; sus discípulos lo abandonaron porque no lo entendían, y uno de ellos ni siquiera creyó después de la resurrección. Hasta el último momento pensaban que iba a establecer su reino en la tierra ¡ya!
“No hay quien entienda” lamenta el profeta (Romanos 3:10). Sus caminos no son caminos humanos. Dios no hace las cosas como nosotros esperamos. Si sus mismos discípulos no entendían entonces, ¿piensas que tú vas a entender los caminos de Dios para tu vida? Si realmente vamos por el camino que nos ha marcado Dios, no vamos a entenderlo. Si a Jesús le costó comprender que el camino del Padre lo conducía a la Cruz y necesitaba confirmarlo (Mat. 26:39), menos vamos a entender nuestra propia vida. Si te cuesta entender, esta palabra de Jesús es para ti: “Bienaventurado es el que no halle tropiezo en mí” (Mateo 11:6). También este: “Lo que yo hago, tú no lo comprendes ahora; mas lo entenderás después” (Juan 13:7). Un día Él quitará el velo de nuestros ojos y entenderemos y exclamaremos con asombro: “Todo lo has hecho bien” y caeremos a sus pies en adoración diciendo: “Señor mío y Dios mío”.
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