NUESTRA VISIÓN DE JESÚS (2)

 

“E indiscutiblemente, grande es el misterio de la piedad: Dios fue manifestado en carne, justificado en el Espíritu, visto de los ángeles, predicado a los gentiles, creído en el mundo, recibido arriba en gloria” (1 Timoteo 3:16).
 
Lectura: Hechos 1:9-11.
 
            Continuamos con nuestra pregunta: ¿Cómo vemos a Jesús en nuestra mente? ¿Cómo lo concebimos cuando pensamos en Él?
 
            Un Jesús muerto o en forma de bebé no corresponde a la revelación de su estado actual que tenemos en el Nuevo Testamento. Correctamente forma parte de nuestra doctrina, pero Él no puede ayudarnos en este estado. Jesús tampoco sigue siendo el carpintero de Galilea que dio de comer a las multitudes, restauró la vista de los ciegos, y levantó a los muertos. Estas eran las credenciales que establecieron sus pretensiones de ser el Mesías y el Hijo de Dios, pero Jesús no hace milagros hoy día siempre que uno lo pide, como los hacía entonces. Puede hacerlos, pero no siempre los hace. Y si lo concebimos como el obrador de milagros y le pedimos un milagro y no lo hace, resultará difícil para nuestra fe. Fallará el Jesús que creíamos que era. Nuestro concepto de Jesús no debe estar desfasado, de la misma manera que nuestra relación con nuestro marido no es con el hombre que conocimos de joven, sino con el hombre que es ahora. Tampoco nos relacionamos con un Jesús que es una doctrina, sino con el Jesús vivo que es una Persona con pensamientos y personalidad. El Jesús real habla. Busca intimidad con sus seguidores. Nos conoce íntimamente y nos ama y quiere que nosotros lo conozcamos íntimamente y que hablemos con Él. No es el Jesús de los cánticos de alabanza de ahora, aunque ellos aciertan en mucho de su contenido, sino un Jesús que sale de la iglesia, viene a nuestro lugar de trabajo, va con nosotros por la calle, está con nosotros en la cafetería, y en el hogar, y en el colegio con nuestros hijos.
 
El Jesús vivo es sublime. Es todopoderoso. El Jesús resucitado se acercó a sus discípulos y les dijo: “Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra” (Mat. 28:18). El Señor Jesús habita las alturasgobierna las iglesias: “Tenía en su diestra siete estrellas (las iglesias)” (Apoc. 1: 16) y está trabajando en la extensión de su Reino por medio de la Iglesia en el mundo. Es soberano, pero, por encima de su soberanía está su amor. Esto no ha cambiado. Antes era la encarnación del amor en carne humana y sigue siendo amor (1 Juan 4:8), que es la cualidad básica de su Ser. En los días de su carne Jesús estaba en un estado de humillación para salvarnos a nosotros, pero ahora está coronado de gloria y honra“Pero vemos a aquel que fue hecho un poco menor que los ángeles, a Jesús, coronado de gloria y de honra, a causa del padecimiento de la muerte, para que por la gracia de Dios gustase la muerte por todos, porque convenía a aquel por cuya causa son todas la cosas, y por quien todas las cosas subsisten, que habiendo de llevar muchos hijos a la gloria”, padeciese (Heb. 2:9, 10). Ahora vemos a Jesús en su estado exaltado, coronado de gloria y honra. Se revela a su amado discípulo y amigo Juan con estas palabras: “Yo soy el primero y el último; y el que vivo, y estuve muerto; mas he aquí que vivo por lo siglos de los siglos, amén” (Apoc. 1: 1:17, 18). Jesús es el eterno y glorioso Dios vivo, al que adoramos, amamos y servimos, ahora y para siempre. Así es como lo vemos. Este es nuestro concepto de Él.  


 
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