NUESTRA VISIÓN DE JESÚS (1)

 

“Y me volví para ver la voz que hablaba conmigo; y vuelto, vi… a uno semejante al Hijo del Hombre, vestido de una ropa que llegaba hasta los pies, y ceñido por el pecho con un cinto de oro. Su cabeza y sus cabellos eran blancos como blanca lana, como nieve; sus ojos como llama de fuego, y sus pies semejantes al bronce bruñido refulgente como en un horno; y su voz como estruendo de muchas aguas. Tenía en su diestra siete estrellas; de su boca salía una espada aguda de dos filos; y su rostro era como el sol cuando resplandece en su fuerza” (Apoc. 1: 12-16).

Lectura: Hechos 1:9-11.

1 Mirad, oh santos, el espectáculo es glorioso: ved ahora al Varón de Dolores;
de la lucha regresó victorioso, toda rodilla se doblará ante Él.
¡Coronadlo! ¡Coronadlo!
Las coronas convienen a la frente del Vencedor.


2 Coronadlo, ángeles, coronad al Salvador; son ricos los trofeos que trae Jesús;
en el trono del poder entronizadlo, mientras resuena la bóveda del cielo.
¡Coronadlo! ¡Coronadlo!
¡Coronadlo al Salvador, Rey de reyes!


3 Pecadores lo coronaron con escarnio, burlándose así de la pretensión del Salvador;
los santos y los ángeles se congregan a su alrededor, reconocen su título, alaban su Nombre.
¡Coronadlo! ¡Coronadlo! ¡Propagad por todas partes la fama del vencedor!


4 ¡Escuchad esos estallidos de aclamación! ¡Escuchad esos fuertes acordes triunfantes!
Jesús ocupa la posición más alta; ¡Oh, qué gozo nos brinda verlo!
¡Coronadlo! ¡Coronadlo! ¡Rey de reyes y Señor de señores!

            Cuando pensamos en Jesús, ¿cómo lo vemos en nuestra imaginación? Cuando oramos, ¿cuál es el cuadro que se forma de Él en nuestra mente?

            Muchos lo ven como el crucificado, muerto, colgado inerte en una cruz, y sienten gran pena por su sufrimiento y piensan en su propia indignidad y pecado. Se ven como gusanos miserables y lamentan su pecaminosidad personal. Hablan con este Jesús como si los pudiese oír, como si este fuese su estado definitivo, aunque saben con la cabeza que no. Aunque esta visión es cierta de una hora de su vida y forma una parte esencial de nuestra salvación, Jesús ahora no es un cadáver impotente y, aun menos, es una estatua. Este concepto no se corresponde con la realidad de su reinado en gloria. Y no conduce a una fe vibrante y triunfante, sino a un derrotismo en cuanto a nosotros mismos, a una sensación de culpa e indignidad.

            Otros ven a Jesús como un bebé en brazos de su madre. Es una visión muy tierna que ensalza la maternidad, y también fue cierto de Él durante una etapa de su vida, pero de la misma manera que no oramos al niño de 12 años en el Templo de Jerusalén, no oramos a este bebé. Este Jesús pertenece a la historia, no a la actualidad. …/…  


 
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