“Voz que clama en el desierto: Preparad camino a Jehová; enderezad calzada en la soledad a nuestro Dios. Todo valle sea alzado, y bájese todo monte y collado; y lo torcido se enderece, y lo áspero se allane. Y se manifestará la gloria de Jehová, y toda carne juntamente la verá: porque la boca de Jehová ha hablado” (Is. 40:3-5).
Lectura: Is. 40:1-8.
Después de anunciar la buena nueva del perdón de pecado en la cruz del Calvario (Is. 40:1-2), el profeta retrocede para hablar de la llegada del Mesías y de su precursor, Juan el Bautista. El cometido de Juan era preparar el camino del Señor y calzada a nuestro Dios: “Preparad camino a Jehová”. ¡Resulta que el que había de venir era Dios! Jesús es el Dios de Israel. Isaías habló de preparar el camino a Jehová y Mateo cita el mismo texto de Isaías (Mateo 3:3) diciendo que Juan preparó el camino para Jesús: “Pues éste es aquel de quien habló el profeta Isaías, cuando dijo: Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor (Jesús), enderezad sus sendas”. Jesús es Jehová: Jesús es Dios.
“Y se manifestará la gloria de Jehová”. ¿Cómo? En la persona de Jesús. Jesús es la gloria de Dios, encarna todos los atributos de Dios: toda la bondad, misericordia, sabiduría, paciencia, ternura, compasión, poder, gozo, santidad, hermosura, y amor de Dios se ven en Jesús.
Cuántos siglos y milenios tardó Dios en preparar el camino de su Hijo. Si unos novios tardan meses o un año en preparar su boda, ¿no puede Dios tardar en preparar la venida de su Hijo, su retorno y su boda? No pienses que Dios no está haciendo nada. Esta es una de las mentiras más grandes del diablo. Nos frustramos porque no vemos su obra. Sacamos la conclusión de que no está haciendo nada, y nos entristecemos. Engaño del enemigo. Nosotros vamos preparando el camino y Dios va llegando. Siempre está llegando.
Dios no deja de obrar. Nunca está ocioso, sentado con los brazos cruzados: “Y Jesús les respondió: Mi Padre hasta ahora trabaja, y yo trabajo” (Juan 5:17). Siempre está en movimiento como la visión de Ezequiel (Ez. 1). Va en todas direcciones a la vez, siempre en armonía, como una sinfonía cuya música va en todos los sentidos a la vez y llena la sala con su belleza. Se desarrolla la obra de Dios como un concierto que tiene que pasar por todos los movimientos y luego termina en un majestuoso crescendo, resolviendo todas las tensiones e incorporando todas las notas en un bello final. Así es su obra. Este movimiento de la llegada del Mesías parece el final, pero engaña, ¡como tantos conciertos! El final será más glorioso que nada de lo que hayamos oído nunca. Alabado sea Dios.
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