“Habiendo salido de allí, caminaron por Galilea; y no quería que nadie lo supiese, porque enseñaba a sus discípulos, y les decía: El Hijo del Hombre será entregado en manos de hombres, y le matarán; pero después de muerto, resucitará al tercer día” Marcos 9:30, 31).
Lectura: Marcos 9:34.
Jesús ya estaba en la recta final de su vida en este mundo. Delante de Él quedaba la cruz. Él quedaría muerto, y los discípulos totalmente desorientados. Ellos pensaban que pronto Jesús iba a ser coronado Rey de Israel en Jerusalén y discutían entre sí acerca de quién iba a ser el más importante en el reino. Jesús quería evitar su tremenda confusión y decepción cuando descubrieran que su comprensión de lo que iba a pasar estaba muy lejos de la realidad. Jesús sufría por ellos. Iban a pasar un mal trago muy duro, y dentro de lo malo, los quería proteger de la desesperación. Por eso no quería que nadie supiese que estaban en Galilea de nuevo. Si la gente supiese que Jesús estaba, vendrían multitudes con sus enfermos, y entonces Jesús no tendría tiempo de estar a solas con sus discípulos. El Señor quería un tiempo largo y sin interrupciones con ellos, sus amados.
El Señor Jesús hace lo mismo con nosotros. Cuando se van a producir cambios importantes en nuestras vidas, quiere prepararnos. Necesita nuestra atención. Cuando nos van a pasar cosas inconcebibles que nos pillarán por sorpresa y nos dejarán desorientados, confundidos o decepcionados, quiere advertirnos. La noche en que Jesús fue entregado dijo a sus discípulos: “Todos os escandalizaréis de mí esta noche; porque escrito está: Heriré al pastor, y las ovejas serán dispersadas. Pero después que haya resucitado iré delante de vosotros a Galilea” (Marcos 14:27, 28). Pero Pedro no quería recibir la advertencia. Dijo: “Aunque todos se escandalicen, yo no”. No estaba abierto a nada de lo que el Señor quería enseñarle, ni acerca de sí mismo, ni acerca de lo que le iba a pasar a Jesús. Era sabio en su propia opinión (Prov. 3:7). El Señor se lo repitió con más claridad aun: “De cierto te digo que tú, hoy, en esta noche, antes que el gallo haya cantado dos veces, me negarás tres veces” (14:30). Pedro no recibió la advertencia.
El Señor nos puede anticipar algo que nos pasará a nosotros, algo malo que haremos, algo que vamos a sufrir, algo que pasará a un ser querido nuestro, u otra cosa que quiere que sepamos, para que estemos al tanto. Más adelante aquella noche el Señor les diría a todos sus discípulos: “Velad y orad, para que no entréis en tentación” (14:38), pero no le hicieron caso, y pasaron lo que sucedió con aún más dificultad.
De la experiencia de los discípulos, aprendemos muchas cosas: El Señor, en su amor por nosotros, quiere protegernos de cosas demasiado fuertes para nuestra comprensión, nos advierte de peligros o tentaciones que vamos a enfrentar. Hemos de ser sensibles a sus invitaciones a apartarnos para pasar tiempo sin interrupciones a solas con Él y escuchar sus advertencias. No debemos discutir con el Señor cuando nos dice lo que somos capaces de hacer, ni tener una opinión tan alta de nosotros mismos que pensemos que no podemos caer en la tentación. Es necesario velar y orar cuando Él nos lo dice. Seamos humildes, cautos y prudentes frente al peligro de pecar.
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