LA GUÍA DE DIOS

 

“Vinieron del oriente a Jerusalén unos magos, diciendo: ¿Dónde está el rey de los judíos, que ha nacido? Porque su estrella hemos visto en el oriente, y venimos adorarle” (Mateo 2:1-2).
 
Lectura: Mateo 2:9-12.
 
            Los magos vieron la estrella en el oriente que les anunciaba el nacimiento del rey de los judíos y fueron a Jerusalén en busca del Mesías. La luz de la estrella no los acompañó todo el camino. Apareció en oriente y luego desapareció. Ellos mismos concluyeron que el Niño estaría en Jerusalén, en el palacio real, porque era el lugar más lógico para buscar a un nuevo rey. La estrella hizo falta al principio para anunciar su nacimiento, pero no para decirles donde quedaba Jerusalén. Para ello bastaba un mapa.
 
            Llegando a Jerusalén, Dios los guio por medio de la Palabra que adonde tenían que dirigirse era a Belén: “Y convocando todos los principales sacerdotes, y los escribas del pueblo, les preguntó dónde había de nacer el Cristo. Ellos le dijeron: En Belén de Judea” (v. 4-5), pero el texto no dijo en qué casa en Belén, ni cuál de los niños de Belén era el Mesías. La estrella hizo falta de nuevo. Hacía más de un año que no la habían visto. Cuando salieron del palacio de Herodes, “he aquí, la estrella que habían visto en oriente iba delante de ellos, hasta que, llegando, se detuvo sobre donde estaba el niño. Y al ver la estrella (de nuevo) se recocijaron con muy grande gozo” (Mateo 2:9-10). La estrella les confirmó que iban bien orientados. Iba delante de ellos hasta detenerse justo sobre la casa donde estaba el Mesías.  
 
            La estrella anunció el nacimiento del Niño, la Palabra dijo en qué cuidad estaba, y la estrella les indicó quién era el Mesías. Así nos guía el Señor: a veces de forma milagrosa, a veces por medio de la Palabra, pero nunca en contra de ella. Sólo toma forma espectacular cuando nos hace falta. No hacen falta grandes señales para decirnos lo que está claramente escrito en la Biblia. Las Escrituras son la forma más natural para guiarnos, pero no la única. Cuando hace falta una guía especial para complementar lo que nos dice la Palabra, la tendremos.
 
            Una hermana china nos cuenta una experiencia que ilustra de forma muy gráfica estos principios espirituales. Huía de noche de los comunistas con su hija pequeña, perseguida por su fe en Cristo. Veía una luz sobrenatural dirigiéndola por las montañas entre Tailandia y Myanmar. La luz iba delante mostrándole el camino en medio de la noche. No era constante, sólo aparecía cuando había peligro de perder el camino. La condujo hasta cruzar la frontera de Tailandia donde consiguió estar a salvo.
 
            Dios siempre nos está guiando, aun cuando no veamos ninguna luz. Nos indica el camino y lo seguimos, normalmente sin luces especiales. La “luz” aparece al principio del camino, cuando hay un cambio o cuando es imprescindible. Toma la forma necesaria. Es una luz intermitente, que va y viene. Si no la estoy viendo ahora, es porque voy bien por el camino y no me hace falta. Los magos sólo la vieron en dos ocasiones. Después fueron guiados por medio de sueños (Mateo 2:12). Trátese de una estrella, de la Palabra, de un sueño o de otra cosa, todo procede de Dios. Siempre tendremos la guía que nos hace falta para no perder el camino.
 

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