“De lo profundo, oh Jehová, a ti clamo. Señor, oye mi voz; estén atentos tus oídos a la voz de mi súplica. JAH, si mirares a los pecadores, ¿quién, oh Señor, podrá mantenerse? Pero en ti hay perdón, para que seas reverenciado. Esperé yo a Jehová, esperó mi alma; en su palabra he esperado” (Salmo 130:1-5).
Lectura: Salmo 130:6-8.
El salmista está desesperado. Necesita la ayuda del Señor, pero no se ve digno de recibirla. Se siente pecador. Sabe que Dios no atiende a los creyentes si hay pecado en sus vidas. No obstante, clama, porque sin la ayuda de Dios está perdido. Su esperanza está en que con Dios hay perdón: “Pero en ti hay perdón”. A la vez, su esperanza está puesta en la Palabra de Dios: “En tu palabra he esperado”. Espera en la misericordia de Dios: “En Jehová hay misericordia”. Y finalmente, espera en la redención de Dios: “Y abundante redención con él; y él redimirá a Israel de todos sus pecados” (130:4-8). Cree que Dios va a escuchar su oración porque perdona, por su fe puesta en su Palabra, por la misericordia de Dios, y por la redención que Dios obra a favor de su pueblo.
¿Tú piensas que Dios no te puede escuchar a ti por el pecado que has cometido? ¿Aborreces tu pecado, o piensas que es normal? ¿Te defiendes, o acudes desecho delante de Dios suplicando su perdón? ¿Qué dice su Palabra al respecto? Dice: “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:9). Que seas como el salmista y esperes en su Palabra. Pon toda tu esperanza de perdón en lo que dice. Él es fiel y justo para perdonarte, porque Cristo ha pagado el precio de tu pecado, y Dios no exige que se pague dos veces. Hay misericordia para ti, y esta misericordia se mostró en la Cruz donde Jesús murió en tu lugar. Puedes ser redimido por la fe en lo que hizo Él. Y si ya eres salvo, lo mismo. Nuestra confianza de salvación siempre está puesta en la obra de Cristo en la cruz y en la promesa de Dios de perdonarnos si confesamos nuestro pecado.
Suavemente, suavemente, pon tu vara sobre mi pecaminosa cabeza, oh Dios.
Frena tu ira, en misericordia frénala, para que no me hunda bajo sus golpes.
Sáname, porque mi carne es débil; sáname porque busco tu gracia;
Este es el único ruego que hago, sáname por amor a tu misericordia.
Quién dentro de la tumba silenciosa proclamará tu poder para salvar:
Señor, perdona mi temblorosa alma, háblame, y me levantaré y viviré.
¡He aquí que viene! ¡Oye mi clamor! ¡He aquí que viene! Las sombras se desvanecen.
Una vez más su gloria amanece alrededor de mí: ¡levántate, alma mía, y adóralo!
Henry Francis Lyte, 1793-1847
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