Este es Jesucristo quien vino mediante agua y sangre; no mediante agua solamente, sino mediante agua y sangre. Y el Espíritu es el que da testimonio; porque el Espíritu es la verdad. Porque tres son los que dan testimonio: el Espíritu, el agua y la sangre: y estos tres concuerdan” (1 Juan 5:6-8, BTX).
Lectura: 1 Juan 5:6-12.
¡Oh Roca de los siglos!, hendida para mí,
Mi amado Jesucristo, refugio hallo en Ti.
El agua y la sangre que fluyen de la cruz,
De tu costado herido son fuente de salud.
Encuentro en esa fuente completa salvación,
Pues Tú ya has consumado mi doble curación:
Tu sangre derramada consigue mi perdón,
Tu Espíritu renueva mi débil corazón.
Por mucho que me esfuerce, no puedo alcanzar,
La ley y sus demandas, la perfección de Dios.
Mis lágrimas no logran mi salvación comprar,
Mas Tú puedes salvarme, y sólo Tú, Señor.
Culpable y abatido, me aferro a tu cruz,
Desnudo me revisto de toda tu virtud.
Tu sacrificio obra mi justificación
Y al Padre tengo acceso y reconciliación.
Consolador divino, bautismo celestial,
¡renueva tú mi vida!, sagrado manantial.
Tu Espíritu, ¡oh Cristo!, transforme con poder
En tu gloriosa imagen, mi quebrantado ser.
¡Sé Tú, pues mientras viva, mi plena salvación!
Mi paz y mi justicia, mi santificación.
Hazme siempre más santo y semejante a Ti.
Cuando en tu reino vengas, acuérdate de mí.
El día del Señor, de repente llegará,
Los cielos pasarán y la tierra arderá.
¡Oh Roca de los siglos!, hendida para mí,
Entonces mi refugio encontraré en Ti.
Augustus Montague Toplady, 1740-78
Adaptado por David F. Burt
Este himno hace un resumen excelente de la base de nuestra salvación. Comentarlo adecuadamente sería escribir un libro, así que, nos limitaremos a destacar sólo varias cosas. El himno hace referencia a la experiencia del autor cuando, en medio de una tremenda tormenta, él tomó refugio en una cueva formada por una hendidura de una gran peña. Esto lo hizo reflexionar en Cristo quien será nuestro refugio en el Día del Juicio. La peña partida representa el cuerpo de Jesús que fue partido en la cruz para nuestra redención. De su cuerpo abierto fluyeron agua y sangre (Juan 19:34), simbolizando las dos cosas que son esenciales para nuestra salvación. La sangre consigue nuestro perdón (1 Juan 1:7), nos limpia de todo pecado; y el agua representa el nuevo nacimiento, la obra que realiza el Espíritu Santo, la regeneración. Juntas, el agua y la sangre señalan a la Crucifixión y a Pentecostés. En el tabernáculo estas dos partes de nuestra salvación están representadas por el altar y el lavacro. Se ha de pasar por los dos para llegar a la presencia de Dios. Redimidos por Jesús y santificados por el Espíritu Santo tenemos el refugio necesario para el gran Día del Juicio Final.
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