“Y subió a ellos en la barca, y se calmó el viento; y ellos se asombraron en gran manera, y se maravillaban, porque aún no habían entendido lo de los panes, por cuanto estaban endurecidos sus corazones” (Marcos 6:52).
Lectura: Marcos 6:45-52.
Cuando lo pensamos un poco nos tiene que chocar esta frase que se refiere a los discípulos: “estaban endurecidos sus corazones”. ¿Qué? ¿Cómo que estaban endurecidos? Eran creyentes. Amaban a Jesús. ¿No habían dejado todo para seguirlo? ¿Cómo se puede decir que sus corazones estaban endurecidos? Estaban comprometidos con Jesús. Lo estaban siguiendo y sirviendo. ¿Qué quiere decir esta calificación?
“Aún no habían entendido lo de los panes”. Los discípulos acaban de dar de comer a cinco mil personas con cinco panes y dos peces, ¡y no veían el milagro! No les impactó lo que acaban de ver con sus propios ojos. Encontraban normal que sus cestas siempre tuviesen un pan para la siguiente persona. Acto seguido ven a Jesús caminar sobre el agua y calmar el viento, y estaban asombrados y maravillándose. Encontraron imposible lo que acababan de ver. No lo podían asimilar. Se quedaban atónitos.
¿Qué les pasaba? La realidad espiritual no computaba con ellos. No les entraba. Veían milagros y no los registraban como si los fuesen. Esto, con los panes y los peces. Luego, al ver a Jesús caminar sobre el mar turbulento, no lo podían negar, pero tampoco podían creer lo que sus ojos acaban de ver. Eran buena gente, sinceros, creyentes, pero no tenían la capacidad de ver las cosas espirituales. La realidad espiritual no les entraba.
Esto pasaba con nuestra hija de jovencita. A la sazón llevábamos cinco años viviendo por fe y el Señor nos iba supliendo todo lo que necesitábamos. Haciendo el cálculo, en estos cinco años el Señor nos había dado de comer a nosotros y a todos nuestros invitados, ¡a más de cinco mil personas! (contándonos a nosotros cada vez), pero aún no podía creer que Dios iba a proveer para nosotros. Y ella no es excepcional; así somos todos, hasta cierto punto, algunos más, y otros menos. Nos cuesta discernir y creer las realidades espirituales. Hay gente comprometida con la iglesia, sirviendo al Señor, que es ciega a la realidad espiritual. Nuestras iglesias están llenas de gente que no comprende lo espiritual. No ven el milagro cuando lo tienen delante. No ven la mano de Dios. No esperan su intervención. Y cuando ocurre, no se percatan.
¿Cómo llegamos a ver lo espiritual? Solo viene por vía de revelación. Los discípulos tardaron dos años en ver quién era Jesús, y solo lo vieron cuando Dios Padre se lo reveló: “No te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos” (Mat. 16:17). Es en su luz que vemos la luz (Salmo 36:9), la luz de nuestra realidad espiritual y la de Dios. Por tanto, nuestra oración es: “Abre mis ojos para ver. Quita la dureza de mi corazón. Dame un corazón sensible a las realidades espirituales, para que pueda ver tu mano moviéndose, Padre amado”. Amén.
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