“… quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados” (1 Pedro 2:24).
Lectura: 1 Pedro 2:21-25.
Este magnífico texto de Pedro es un buen resumen de todo lo que hemos ido diciendo en cuanto a la sanidad de nuestras heridas emocionales. Esta sanidad ocurre cuando damos nuestro dolor a Jesús y recibimos el amor suyo en forma del alivio de nuestro dolor. El dolor se nos va y ya estamos en condiciones de recibir el amor de Dios, y con él, la capacidad de amar a otros.
El texto dice que Él llevó nuestros pecados en su cuerpo. También llevó en su cuerpo los pecados de los que pecaron contra nosotros, que son la causa de nuestras heridas. ¿Cómo conseguimos que todo este mal entre en su cuerpo? Por las aperturas en su cuerpo que son sus heridas. ¿Y cómo conseguimos sacar el pecado y el daño de nuestro cuerpo? Sale por nuestras heridas abiertas. Son las aperturas naturales por donde tiene que salir nuestro pecado y los pecados perpetrados contra nosotros. ¿Y cómo ponemos nuestras heridas en contacto con las suyas? Arrimando nuestras heridas a las suyas, siendo crucificados juntamente con Él (Gal. 2:20).
Esto es muy gráfico, pero fácil de entender. Las heridas nuestras tocan las suyas y vacían su contenido en las suyas y así es como Él llega a llevar nuestro pecado y dolor en su cuerpo y como nosotros nos libramos del nuestro. Es igual que la sanidad de la picadura de una víbora. Alguien tiene que succionar la herida para conseguir que el veneno salga y luego lo escupe. Pero en el caso de Jesús, Él absorbió el veneno a su cuerpo y lo llevó a la muerte para desactivarlo. Con su muerte morimos a los pecados: “… para que nosotros estando muertos a los pecados”. Muriendo con Él es como nos libramos del poder del pecado, del pecado nuestro y del pecado que otros han cometido en contra nuestra: “por cuya herida fuisteis sanados” (Is. 53:5).
El resultado es que estamos libres de estas heridas que condicionaban nuestras vidas. Me explico. Cuando tienes una herida emocional, adaptas una conducta para no sufrir más, pero esta conducta no sana, solo complica tu vida. Por ejemplo, si tienes la herida del abandono. Pongamos que tu padre te abandonó. Entonces sobreproteges a tus hijos para que no les pase nada. Llegas a ser un padre controlador. Esto perpetúa el daño inicial que sufriste. Cuando sacas el veneno del abandono por tu herida abierta y la pones en las heridas de Jesús, él se queda con tu daño y tú estás libre. Perdonas a tu padre, y pides perdón a tus hijos por tu tendencia de controlarlos excesivamente. Dejas que Dios sea el protector de tus hijos. Y tú te quedas libre para vivir una vida de justicia: “estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia”. Morimos al pecado y vivimos correctamente, una vida del agrado de Dios. Así es cómo la muerte de Jesús nos libra para vivir una vida del agrado de Dios: “Y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gal. 2:20). Sanados, vivimos vidas de justicia en el amor de Dios.
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