«Mas yo estoy lleno del poder del Espíritu de Jehová, y de juicio y de fuerza, para denunciar a Jacob su rebelión y a Israel su pecado» (Miqueas 3:8).
Lectura: Miqueas 3:5-8.
En cuanto a las injusticias en la sociedad:
Cuando miramos alrededor, lo que vemos es desolador. Vemos leyes injustas, el precio elevado de la vivienda, las dificultades que tienen los jóvenes en encontrar trabajo, contratos basura, viudas cuyas pensiones no son adecuadas, el crimen que aumenta y no recibe su justa recompensa, abortos, derechos injustos para homosexuales, carreras que no tienen salidas, impuestos excesivos, y la lista sigue. Luego vemos ministros del evangelio que son «profesionales», que exigen cierto salario y condiciones de trabajo, como en cualquier otra profesión, hombres que predican lo que la congregación quiere oír y que no pastorean rebaño de Dios.
Leemos Miqueas 1-3 y, ¿cómo respondemos? Miqueas respondió buscando la plenitud del Espíritu Santo: “Más yo estoy lleno del poder del Espíritu de Jehová, y de juicio y de fuerza para denunciar a Jacob su rebelión y a Israel su pecado». Él es todo un ejemplo para nosotros. Se llenaba del Señor para denunciar el pecado de la sociedad en la cual vivía. Vemos lo malo. No es cuestión de hundirnos, sino de buscar al Señor, su juicio y su poder, para advertir acerca del juicio de Dios que caerá sobre nuestra nación si no nos arrepentimos.
En cuanto a injusticias en la gente:
«Mas yo a Jehová miraré, esperaré al Dios de mi salvación; el Dios mío me oirá». (Miqueas 7:7).
Miramos alrededor y decimos juntamente con Miqueas: «Faltó el misericordioso de la tierra y ninguno hay recto entre los hombres”. «El hijo deshonra al padre, la hija se levanta contra la madre, y los enemigos del hombre son los de su casa» (7:2 y 6). Vemos que hay muy pocas personas justas. La gente comete pecado, vive en pecado y sus valores son pecaminosos. La sociedad aprueba el pecado. Vemos como sufren los padres por sus hijos, y se quebranta nuestro corazón. Pero tampoco vamos a hundirnos por lo que pasa con la gente alrededor nuestro, sino que vamos a mirar al Señor, esperar en Él y orar: «Y el Dios mío me oirá.»
De este libro vemos que las soluciones son dos: hablar y orar. Decir lo que tenemos que decir con el poder del Espíritu Santo y pedir al Señor que obre, que haga lo que sólo Él puede hacer, y esperar confiadamente en Él. Que Dios nos ayude a hacerlo con fe, ánimo e ilusión.
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