“En el principio creó Dios los cielos y la tierra. Y la tierra estaba desordenada y vacía y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas. Y dijo Dios: Sea la luz; y fue la luz” (Gen. 1:1-3).
Dios dijo: “Sea la luz”; no dijo: “Sea la vida”, porque Dios no creó la vida. La vida siempre ha existido en Él. Dios es la Vida. Pues, la vida ya existía, pero fuera de Dios había caos: la tierra estaba desordenada y vacía y densas tinieblas encubrían un vasto abismo. No había orden, ni límites, ni separaciones. Las cosas no estaban en su sitio. Todo estaba mezclado y confundido.
Dios introdujo su luz en la oscuridad y en el desorden del abismo. En el sentido espiritual Dios no creó la luz, porque Dios es Luz y esta luz es eterna. Lo que hizo era introducir la luz de su presencia en el caos de la oscuridad. La creación es la plasmación material de lo que ya existía en un plano espiritual. Tanto la luz como la vida tuvieron su origen en Él. Son partes intrínsecas de su Persona. Lo material procede de lo espiritual. Lo espiritual es eterno y lo material es temporal. La luz espiritual es el entendimiento, la comprensión de Dios, su presencia, su orden. Lo que Dios creó era una luz física, visible y material. Lo material es lo eterno hecho visible, tangible y concreto, pero la suprema realidad es lo eterno, lo que siempre ha existido en Dios: luz y vida, comprensión, orden, comunicación y entendimiento.
Todo comenzó cuando Dios habló y fue su Palabra que trajo luz a la realidad temporal. Dios es la eterna Palabra, espiritual e invisible. Esta Palabra introdujo la vida física al universo: “En Él estaba la vida y la vida era la luz de los hombres” (Juan 1:4).
La palabra conlleva el Espíritu, la presencia y la vida de Dios. Esta Palabra sigue trayendo vida espiritual, comprensión, orden, comunicación, entendimiento y sustancia a nuestras vidas. Introducida en cualquier situación de oscuridad o caos que estamos viviendo, esta Palabra da comprensión y entendimiento y pone orden. El Espíritu de Dios sigue moviéndose sobre el abismo donde nos encontramos, y por medio de la Palabra ilumina nuestra oscuridad, nos da vida en medio de nuestra realidad y pone orden en nuestras circunstancias actuales.
Querido Dios, habla tu Palabra, y yo recibiré vida de ti. Amén.
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