“Habéis olvidado la exhortación que como a hijos se os dirige: “Hijo mío, no tengas en poco la disciplina del Señor, ni te desanimes al ser reprendido por Él: porque el Señor al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo”. Es para vuestra corrección que sufrís; Dios os trata como a hijos: porque ¿qué hijo hay a quien su padre no discipline? Pero si estáis sin disciplina, de la cual todos han sido hechos participantes, entonces sois hijos ilegítimos y no hijos verdaderos. Además, tuvimos padres terrenales para disciplinarnos, y los respetábamos, ¿con cuánta más razón no estaremos sujetos al Padre de nuestros espíritus, y viviremos? Porque ellos nos disciplinaban por pocos días como les parecía, pero Él nos disciplina para nuestro bien, para que participemos de su santidad. Al presente ninguna disciplina parece ser causa de gozo, sino de tristeza, sin embargo, a los que han sido ejercitados por medio de ella, les da después fruto apacible de justicia” (Heb. 12:5-11).
Lectura: Heb. 12:11.
Esta cita tan larga es una porción de la Biblia que deberíamos leer con cierta frecuencia. Es de instrucción y consuelo. Nos da ánimos cuando estamos pasando por tiempos difíciles. Debería ser una parte habitual de nuestro menú bíblico.
Hace pocos días una hermana me preguntó si pensaba que Dios la estaba castigando. No hay nada en su vida que no le cause sufrimiento: sufre por su marido, sus hijos, sus familiares, y su propia salud está quebrantada. ¿Qué pasa? ¿Cómo lo tiene que interpretar?
No muchas veces, tal vez una, o posiblemente dos, Dios sacude toda nuestra vida, como el viento sacude un árbol, para quitar todas las hojas secas. Dios nos reduce a nada, para empezar de nuevo desde cero. Si lo has pasado, lo comprenderás, y si no lo has pasado, cuando te pase, sabrás lo que hay. Es una obra de reconstrucción en nuestra vida; es quitar lo viejo, lo dañado y lo inservible para empezar con un fundamento sólido, su Persona y su Palabra. Es quitar la casa construida en la arena y reconstruirla, piedra por piedra, sobre la roca. En palabras del apóstol es “la remoción de las cosas movibles, a fin de que permanezcan las cosas que son inconmovibles” (Heb. 12:27).
Imagínate que tu vida estuviese construida sobre tu madre y ella se muere. Tambalearías. Dios tendría que empezar de nuevo enseñándote a confiar en Él para todo, y no en tu madre. O imagínate que tu vida estuviese construida sobre ideas equivocadas. Lo mismo. Dios tendría que empezar de nuevo enseñándote la verdad. O si tu vida estuviese construida sobre una comprensión equivocada de ti misma, o del propósito de tu vida. O si estuviese construida sobre tu matrimonio. Hay muchos fundamentos que Dios tiene que quitar para que Él sea la única Roca sólida que subyace nuestra vida. Cuando todo tambalea, es decir, todo, Dios está haciendo algo precioso en ti, muy doloroso, pero muy necesario.
¿Dios te está castigando? No. El castigo tiene que ver con retribución. Dios está corrigiéndote. No es un juicio sobre ti. El juez juzga; el padre corrige. La retribución Cristo la tomó sobre sí en la Cruz, pero no la corrección. La corrección la hemos de experimentar en nuestra carne, y es dolorosa, pero “después da fruto apacible de justicia a los que han sido ejercitados por medio de ella”. ¡Amén!
Copyright © 2024 Devocionales Margarita Burt, All rights reserved.