“Entonces temieron con gran temor, y se decían el uno al otro: ¿Quién es éste, que aun el viento y el mar le obedecen?” (Marcos 4:41).
Lectura: Marcos 4:39-41.
Cuando los discípulos vieron que Jesús tenía el poder para controlar las fuerzas enfurecidas de la naturaleza, ¡tuvieron más temor de Él de lo que habían tenido de la tormenta! Es normal que el viento se ponga bravo y que un barco se anegue y se hunda, pero no es normal que un ser humano mande al viento a pararse y se pare. Ellos se encontraban delante del desconocido y les produjo gran temor.
Nadie sabe cuánto es capaz de hacer el Señor hasta que Dios se lo revele. Jesús “preguntó a sus discípulos, diciendo: “¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre? Ellos dijeron: Unos, Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías, o alguno de los profetas. Él les dijo: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?” (Mateo 16: 13-15). Jesús hizo esta pregunta después de un año y medio de convivencia con ellos. No les dijo de entrada que Él era el Hijo de Dios. Y aún menos les dijo que Él era Dios. Parecía un hombre cualquiera. Si hubiese dicho esto, habrían pensado que Él estaba loco. “Hola, soy Dios”. Solo dice esto una persona que está fuera de sí. Ellos tienen que sacar la conclusión por medio de la convivencia con Él, viendo lo que era capaz de hacer, lo que decía, y cómo era su carácter. Nunca había pasado nada semejante en la historia del mundo que un hombre nacido de mujer fuera Dios. Esto, en lugar de quitar gloria a Su identidad, la autentifica. Nosotros conocemos la historia. Los discípulos lo iban descubriendo a medida que lo iban viviendo.
Pedro contestó a la pregunta de Jesús: “Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente. Entonces le respondió Jesús: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos” (Mat. 16: 16, 17). Toda verdad espiritual se recibe por vía de revelación, no por las meras facultades humanas. Notemos una cosa importante: Jesús le contestó a Pedro diciéndole quién era él, Pedro: “Y yo también te digo, que tú eres Pedro” (Mat. 16:18). Cuando descubrimos quién es Jesús, Él nos dice quiénes somos nosotros. Descubrir su identidad es encontrar la nuestra. Si no sabemos quién es Jesús, tampoco sabemos quiénes somos nosotros. Esto es lo que pasa con mucha gente de la calle, no conocen ni a Jesús, ni a ellos mismos. No tienen su identidad clara, y no la tendrán clara hasta que no descubran a Jesús. Este es un favor que la sicología no nos puede hacer. Solo viene por vía de revelación de Dios.
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