“Cuando oyó hablar de Jesús, se le acercó por detrás entre la gente, y le tocó el manto. Pensaba: Si logro tocar siquiera su ropa, quedaré sana” (Marcos 5:27, NVI).
Lectura: Marcos 5:25-34.
¿El manto de Jesús tenía poderes sanadores? Si un perro enfermo pasa cerca de él y por accidente roza con su ropa, ¿queda sanado? No, claro que no. No es el manto lo que sana, sino la fe; ésta, por un lado y el poder de Jesús, por otro. Las dos cosas tienen que conectarse. Si la mujer hubiese tenido fe en Pedro y lo hubiese tocado, no se habría sanado. Y si hubiese tocado a Jesús sin fe, tampoco. Hace falta fe, y hace falta el poder de Jesús, y las dos cosas tienen que conectar para producir una sanidad.
Lo mismo es cierto hoy día. Yo estoy aquí en la tierra y él esta en el cielo, pero puedo conectar con él por medio de la fe. Oro con intensidad, con toda mi alma, y mi clamor llega a sus oídos y desata su poder, que sale de él y me llega a mí, de la misma forma que el poder salió de Jesús y llegó a la mujer y la sanó. Vemos que todos los tratos con Jesús son muy íntimos. Él no es una máquina sanadora que va sanando a todo el mundo sin que le importe la persona, y sin que la sanidad lo afecte a él. Algo personal sale de él para sanarnos a nosotros: “Al momento también Jesús se dio cuenta de que de él había salido poder” (5:30). Si un médico nos sana, de él no sale nada: el medicamento es algo fuera de él; pero en el caso de Jesús, salió algo de él y entraba en la persona para efectuar la sanidad. Es como lo que pasa con el perdón de pecado: el pecado sale de nosotros, entra en Jesús crucificado, y él lo sufre y lo anula. Hay una conexión profunda e íntima con Jesús.
Jesús quería, y quiere, conectar en todos los niveles, en el de la salud, con el cuerpo, y con el alma. Quiere establecer una relación personal con la persona que lo necesita. Jesús no pensó: “Poder ha salido de mí, no sé lo que ha logrado, pero tengo prisa y no puedo permitirme el lujo de detenerme y averiguar lo que ha pasado”. No, todo lo contrario. Él paró para ver lo que había pasado, y para conocer a la persona que lo había tocado y conocer su historia. Él tiene interés en nuestra salud, aunque un día vamos a morir de todas formas, pero, si puede establecer una relación verdadera con la persona por medio de la fe, establecerá una relación con ella que durará toda la eternidad. El médico está contento si nos sanamos, pero no está para establecer una relación personal con el paciente, ni mucho menos, una relación eterna. Se estableció el contacto: “La mujer, sabiendo lo que le había sucedido, se acercó temblando de miedo, y, arrojándose a sus pies, le confesó toda la verdad” (5:33). Ninguno de los dos olvidaría jamás este momento.
“¡Hija, tu fe te ha sanado!, le dijo Jesús, Vete en paz y queda sana de tu aflicción” (5:34). Él no habló de su gran poder para obrar la sanidad, sino de la fe de la mujer. La afirmó en su fe. No la reprendió por su osadía. No la trató como un objeto, sino como una preciosa y valiosa persona, y compartió su gozo en verla sanada y salvada, las dos cosas por medio de su fe.
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