“Así mismo tomó la copa, después de haber cenado, diciendo: Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre; haced esto todas las veces que la bebiereis, en memoria de mí” (1 Corintios 11:25).
“Les aseguro que en cualquier parte del mundo donde se predique este evangelio, se contará también, en memoria de esta mujer, lo que ella hizo” (Mateo 26:13, NVI).
Lectura: Mateo 26:10-13.
Nos llama la atención encontrar dos veces la misma frase que oímos siempre con referencia a Jesús, pero ahora usada en referencia a la mujer que preparó su cuerpo para la sepultura. No hay otro acto en el que el Señor dijese que se recordaría siempre en conexión con su muerte. Él consagró su cuerpo en sacrificio vivo, toda la vida, y luego la ofreció en sacrificio muerto, llevando nuestros pecados. La mujer ungió su cuerpo con aceite para su sacrificio, y lo preparó para su entierro.
Lo que hizo la mujer está conectado estrechamente con la muerte de Jesús que recordamos en la Santa Cena. Su perfume de nardo puro nos recuerda el aceite de la unción con que se ungía algunos de los sacrificios nombrados en el libro de Levítico, concretamente, la ofrenda del grano de trigo: “Cuando alguna persona ofreciere oblación a Jehová, su ofrenda será flor de harina, sobre la cual echará aceite, y pondrá sobre ella incienso, y la traerá a los sacerdotes, hijos de Aarón; y de ellos tomará el sacerdote su puño lleno de la flor de harina y del aceite, con todo el incienso, y lo hará arder sobre el altar para memorial; ofrenda encendida es, de olor grato a Jehová” (Lev. 2: 1, 2; ver también Lev. 2: 14-16). Esta flor de harina representa la vida blanca y pura de Jesús, sin pecado, consagrada a Dios. El aceite perfumado es el Espíritu Santo presente en el sacrificio de Jesús: “…Cristo, el cual, mediante el Espíritu eterno, se ofreció al sí mismo sin mancha a Dios” (Heb. 9:14).
Notamos que, en los sacrificios para el pecado, no hay aceite (Lev. 1, 3, 4, 16). No se puede consagrar lo pecaminoso a Dios, solo lo santo. Los corderos que llevaban el pecado no fueron ungidos, solo el grano que representa el fruto de la vida perfecta de Jesús. Esta unción la realizó la mujer, ungió a Jesús antes de su muerte, antes de llevar en sí mismo el pecado del mundo, al final de una vida perfecta. Él es el grano de trigo que cae a la tierra y lleva mucho fruto (Juan 12:24).
Lo que hizo la mujer cumplió la tipología del Antiguo Testamento. Jesús fue el sacrificio perfecto de una vida perfecta. No murió por pecado propio sino por el del mundo. Fue ungido por el Espíritu Santo para realizar la entrega a Dios de una vida perfecta, y luego entregó su cuerpo como ofrenda por el pecado. Todo esto lo celebramos en la Mesa del Señor, su vida perfecta y su muerte sustitutiva. El perfume de la mujer encaja perfectamente con el mensaje del evangelio: “…Cristo… mediante el Espíritu eterno, se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios”.
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