LA AMBIVALENCIA DE JESÚS

   

“Viendo la multitud, subió al monte; y sentándose, vinieron a él sus discípulos. Y abriendo su boca, les enseñaba, diciendo: Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación” (Mateo: 5:1-4).

Lectura. Mateo 5: 5-12.

            Jesús empezó el Sermón del Monte[1] con palabras de gran consuelo para los que sufren, pues éstos son precisamente los que acuden a Jesús, no los que tienen todo y no necesitan nada. Cuando predicamos a los ricos, hay poca respuesta. Lo mismo pasa con los de la clase media que están cómodos y más o menos contentos con su vida. Jesús vino a buscar a los que están mal: “El Espíritu de Jehová el Señor está sobre mí, porque me ungió Jehová; me ha enviado a predicar buenas nuevas a los abatidos, a vendar a los quebrantados de corazón, a publicar libertad a los cautivos, y a los presos apertura de la cárcel” (Is. 61: 1). De acuerdo con esta profecía de su ministerio él menciona a los pobres en espíritu, los que lloran, los humildes, los que desesperadamente buscan la justicia, los misericordiosos y los de limpio corazón, ¡y los llama afortunados! Son ellos los que formarán parte del reino de Dios. No son los más típicos de una sociedad. Son bienaventurados porque el Padre ha enviado a Jesús a atender sus necesidades en el poder del Espíritu Santo, ha venido el Mesáis y está con ellos. Lo que ellos necesitan Él lo puede suplir. Ha venido a traer duradera felicidad a sus vidas. Es una bienaventuranza de proporciones incalculables encontrar a Jesús.

            Comprendemos que ellos son afortunados, pero luego hay otro grupo que no llamaríamos bienaventurados de entrada: “Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo. Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos; porque así persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros” (5:10-12). Por un lado, Jesús trae consuelo y alivio a algunos, pero, por otro lado, trae sufrimiento y persecución a otros. Los primeros tienen la bendición en esta vida, y los otros cuando lleguen al cielo. ¿O pueden ser todos del mismo grupo? Cuando encuentras al Señor recibes su consuelo y la satisfacción de lo que realmente buscas, pero, como los demás no comprenden tu hallazgo, te persiguen. Te encuentras viviendo una gran ambivalencia: estás enriquecido espiritualmente, pero empobrecido económicamente por la persecución que te cae encima por haber puesto tu fe en Jesús. Pero, habiendo recibido tanto bien de Jesús, sufres la persecución con gozo por amor al Señor Jesús, con miras al galardón eterno.

Así que, el Señor nos vino a traer bien y mal, las dos cosas. Hemos encontrado lo que buscábamos en Él, pero, con persecución añadida. Y así tenemos el alto honor de encontrarnos contados con la élite espiritual, los profetas que fueron antes de nosotros. Ser fiel a Dios siempre ha costado, pero también siempre ha dado mucho gozo a la vez, el gozo de haber encontrado al que nuestra alma buscaba.       


[1] Haz click en este enlace para oír la serie de 52 audios de mi esposo David Burt sobre el Sermón del Monte: https://drive.google.com/drive/folders/1om9YQTXm6DPcSRgvv84hmAPH-w37eAqsr


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