MUERTOS CON CRISTO, Y …

“Sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado. Porque el que ha muerto, ha sido justificado del pecado. Y si morimos con Cristo, creemos que también viviremos con él” (Rom. 6:6-8).
 
Lectura: Romanos 6:1-11.
 
            La confesión de nuestro pecado bajo la convicción del Espíritu Santo es necesaria para que seamos salvos. Una vez que confesamos nuestro pecado, ¿qué hacemos con él? Morimos con él. ¿Dónde? En la cruz con Cristo. No estamos hablando de una doctrina, sino de una experiencia. Si nunca has estado bajo convicción de pecado por obra del Espíritu Santo, pide a Dios esta gracia. Pide que te envíe Su Espíritu y que te muestre tu pecado. Si has tenido esta experiencia de convicción de pecado, angustiado porque has comprendido que mereces el infierno, pero que ha pasado el tiempo y todavía vives en el mismo pecado, vuelve a la cruz. Vuelve a morir con Cristo. La carne tarda en morir y quiere bajar de la cruz antes de terminar de morir. La tentación que Jesús enfrentó cuando estaba en la cruz fue la de bajar de ella: “Si es el Rey de Israel, descienda ahora de la cruz, y creeremos en él” (Mat. 27:42). Jesús no cayó en esta tentación, pero nosotros, sí. La solución es volver a colocar nuestra carne en su lugar, que es clavada con Cristo a la cruz hasta que muera.     
 
“Nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado”. Si estamos viviendo en el pecado, como práctica normal, no somos salvos: “Hijitos, nadie os engaña; el que hace justicia es justo, como él es justo. El que practica el pecado es del diablo…. Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo. Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado” (1 Juan 3:7-9). Pecamos, pero no como estilo de vida. No estamos esclavizados por el pecado. Tenemos el poder para no pecar. “Porque si vivís conforme a la carne, moriréis; mas si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis” (Rom. 8:13). El Espíritu Santo es el que nos ayuda (nos lleva a la experiencia) a morir con Cristo a las obras de la carne. El Espíritu es el que ayudó a Cristo a morir en la cruz, y te ayudará a ti a hacerlo si se lo pides: “Cristo, el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios” (Heb. 9:14).
 
El Espíritu Santo es el que te convence de pecado, y el mismo Espíritu te ayuda a morir al pecado con Cristo, y te resucita con Cristo para vivir una vida de victoria sobre el pecado, y de santidad para con Dios. “El que ha muerto, ha sido justificado del pecado. Y si morimos con Cristo, creemos que también viviremos con él” (Rom. 6:7, 8), ahora y eternamente. No quedamos muertos para siempre. Resucitamos con Cristo: “Juntamente con él (con Cristo) nos resucitó” (Ef. 2:6). Claro, para resucitar con Él, hemos de haber muerto con Él, pero una vez muertos con Él, resucitamos, y luego se cumple la otra parte de Gal. 2:20: “Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios”. El versículo entero empieza así: “Con Cristo estoy juntamente crucificado”, y termina con la gloriosa verdad: “Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí”. Esta es la hermosa realidad del creyente que vive la vida en el Espíritu (Romanos 8).   

Copyright © 2024 Devocionales Margarita Burt, All rights reserved.