LO QUE NOS ESPERA

 

“Como está escrito: Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman. Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu; porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios” (1 Cor. 2:9). “Ni nunca oyeron, ni oídos percibieron, ni ojo ha visto a Dios fuera de ti, que hiciese por el que en él espera” (Is. 64:4).
 
            El Espíritu nos ha revelado las cosas inimaginables que Dios ha preparado para nosotros. Fue el Espíritu quien llevó a Ezequiel a la tierra de Israel y le reveló la Santa Ciudad y la tierra de los benditos (Ez. 40:1, 2), como la llaman tantos escritores de himnos. Fue el Espíritu quien reveló los nuevos cielos y la nueva tierra a Isaías y al apóstol Juan cuando estaba en el Espíritu en el día del Señor: “Yo estaba en el Espíritu en el día del Señor, y oí detrás de mí una gran voz como de trompeta, que decía: Yo soy el Alfa y la Omega…”  (Ap. 1:11). Tuvo una revelación del Señor Jesús en toda su gloria y de la nueva Jerusalén que nos espera.
 
            “Porque no tenemos aquí ciudad permanente, sino que buscamos la por venir” (Heb. 13:14). “Dios no se avergüenza de llamarse Dios de ellos; porque les ha preparado una ciudad” (Heb. 11:16). Las ciudades de este mundo dan la apariencia de ser permanentes. Todo lo que nos rodea parece tan sólido; ha estado aquí tanto tiempo que parece que nada va a cambiar. Esto es lo que los falsos maestros decían en tiempos del apóstol Pedro: “¿Dónde está la promesa de su advenimiento? Porque desde el día en que los padres durmieron, todas la cosas permanecen así como desde el principio de la creación” (2 Pedro 3:4). Pero Pedro contesta que todo esto que vemos va a ser quemado: “El día del Señor vendrá como ladrón en la noche; en el cual los cielos pasarán con grande estruendo, y los elementos ardiendo serán desechos, y la tierra y las obras que en ella hay serán quemadas” (2 Pedro 3:10). Y añade que saber esto debe conducirnos a una vida de santidad: “Puesto que todas estas cosas han de ser deshechas, ¡cómo no debéis vosotros andar en santa y piadosa manera de vivir!” (3:11).
 
            Fue el Espíritu quien reveló a Pedro que pronto iba a estar con el Señor y lo inspiró a dar su último mensaje que consiste en animar a los creyentes a crecer en su fe mediante el cultivo de una vida de excelencia moral, conocimiento, control propio, perseverancia, sumisión a Dios, afecto fraternal, y amor por todos (2 Pedro 1:5, 6). Cuando el Espíritu nos revela cosas, no es para saberlo, sino para ser consecuentes y vivir de acuerdo con lo que nos ha revelado. Este es el propósito de la revelación de las últimas cosas, no para discutir sobre fechas y tiempos, sino para vivir vidas de santidad.
 
            El Espíritu Santo nos ha revelado cosas asombras acerca de la vida que nos espera. Nuestra respuesta debe ser la de ir “perfeccionando la santidad en el temor a Dios” (2 Cor. 7:1), alabando y dando gracias a Dios por lo que nos espera. Esto cambia nuestro enfoque de la vida: la vemos solo como un lugar de formación con la eternidad a la vista. Que el Espíritu Santo haga esto en cada uno de nosotros. ¡Que nos revele la revelación! Que alumbre “los ojos de nuestro entendimiento, para que sepáis cuál es la esperanza a que él os ha llamado, y cuáles las riquezas de la gloria de su herencia en los santos” (Ef. 1:18). De esta manera lo que nos espera llega a ser más real que el presente y nos dedicamos a prepararnos para lo que Dios nos tiene preparado. 


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