“La ley de Jehová es perfecta, que convierte el alma; el testimonio de Jehová es fiel, que hace sabio al sencillo. Los mandamientos de Jehová son rectos, que alegran el corazón; el precepto de Jehová es puro, que alumbra los ojos. Los juicios de Jehová son verdad, todos justos. Deseables son más que el oro… y dulces más que miel” (Salmo 19:7-10).
Lectura: Salmo 19:11-13.
En el Nuevo Testamento el amor de Dios nos llega por medio de la cruz, pero ¿cómo llegaba en tiempos del Antiguo Testamento? Por medio de la Ley. La Ley llevaba a la conversión. ¿Qué mayor bendición hay que esta? Si repasamos este texto, vemos que la Ley convierte el alma, da sabiduría, trae alegría al corazón, pureza a la vida e inteligencia a la mente. Los juicios de Dios nos introducen en la verdad y llevan a una vida de justicia. ¡Cuánta bendición llegaba por medio de una correcta respuesta a la Ley de Dios!
Por medio de la Ley de Dios se sabe lo que es bueno y lo que es malo para nuestra vida. Si practicamos lo que está bien, nos ahorramos mucho sufrimiento, porque la falta de conocimiento del bien y del mal conduce a la destrucción de la persona. La ley de Dios nos salvaguarda y nos protege de los peligros que nos harían mucho daño fuera de sus confines.
Dios es como el buen padre que marca los límites para sus hijos, porque no quiere que se hagan daño. La libertad excesiva, sin limitaciones, es como una ciudad sin murallas en tiempos antiguos; estaba abierta a la invasión por todos lados. No sobrevivía mucho tiempo. En un mundo hostil había seguridad y protección dentro de los muros de la ciudad, pero fuera de ellos, la gente se exponía a ataques de fieras o enemigos. El padre que no marca límites, sino que da excesiva libertad a sus hijos, no les hace ningún favor. Todo lo contrario, los deja a la merced de sus deseos egoístas e imprudentes, y, finalmente, el padre termina perdiendo a este hijo. Los padres que insisten en las normas de la casa terminan con hijos agradecidos. Estos límites de su libertad son una muestra del amor de parte del padre, aunque la inmadurez del hijo puede interpretarlos de la manera contraria. Son para el bien del hijo, no para su mal.
Y una cosa más. Los niños sin límites no se sienten amados, sino inseguros. Piensan que a los padres no les importa lo que hacen. Y se van cada vez más lejos para provocar a los padres a reaccionar, a ver si les dicen que paren. Están buscando ver hasta dónde pueden llegar, y, si ven que pueden llegar hasta donde quieren, no tienen a nadie para protegerlos sino a ellos mismos. Están solos en un mundo hostil que va a por ellos, y esto es muy angustiante. Pero el hijo con normas, límites y consecuencias a pagar si los traspasa, se sabe amado y seguro. Así es nuestro Padre que está en los Cielos. Ha provisto una Ley para protegernos, porque nos ama. Este amor solo se supera por el amor de la Cruz donde su Hijo pagó las consecuencias de nuestra infracción de la Ley, para luego darnos un nuevo corazón con su Ley ya escrita en él, para que la pudiésemos obedecer con un corazón agradecido, motivados por un amor que desea corresponder al suyo. ¡Alabado sea el amor de Dios!
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