“Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad” (Juan 1:14).
Lectura: Juan 1:15-18.
El eterno Hijo de Dios se hizo hombre, y las dos palabras que le describen en su condición humana son “gracia y verdad”. Gracia es favor inmerecido. Según el diccionario la gracia es “Beneficio, favor, merced, don, regalo. Perdón, indulto. Benevolencia, amistad, afabilidad, agrado”. Él vino a este mundo con “buena voluntad” hacia el hombre. Su acercamiento al hombre fue generoso y positivo. Se acercaba a cada persona a la que encontraba con la intención de hacerle bien y tratarla mejor de lo que merecía, sin prejuicios, sin rechazo previo, sin tener en cuenta sus faltas evidentes. Jesús se acercaba al hombre en general, y a cada persona en concreto, con la intención de mostrarle misericordia.
La otra palabra que describe al Hijo de Dios hecho carne humana es “verdad”. El diccionario ofrece estos sinónimos parar describir la verdad: “Certeza, certidumbre, Veracidad, sinceridad”. Lo verdadero es real, efectivo, verídico, exacto”.
El apóstol Juan dice que vieron la gloria de Dios hecho hombre y que su gloria consistía en ser una Persona llena de gracia y verdad. Estas dos palabras plasman el carácter de Dios. Jesús dijo: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Juan 14:9). Jesús es el verdadero reflejo del Padre. A diferencia de los dioses de otras religiones, los cristianos tenemos un Dios lleno de gracia y verdad. Los otros dioses son indiferentes, arbitrarios, inconsistentes, distantes, terroríficos, implacables, crueles, airados, intratables, o imposibles de conocer, dependiendo de cada uno, pero ninguno muestra una actitud favorable hacia el hombre. Nuestro Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, siempre ha sido así, y así se dio a conocer en la Persona de Cristo.
Los más perspicaces habrán notado que en principio la gracia y la verdad son incompatibles. Se contradicen. Hay un choque frontal entre la gracia y la verdad, pero en Jesús la una califica a la otra y se complementan. Si Jesús nos tratase solo con la verdad, se acercaría a nosotros como personas egoístas, engañosas, falsas, corrompidas, traidores, e indeseables. Nos rechazaría de entrada. No desearía ningún trato con nosotros. Nos condenaría. Pero pasó por alto nuestra condición humana para ofrecernos gracia, que, en este caso, significaría la posibilidad de salvación. Dijo que vino para salvar al hombre, no para condenarlo: “No he venido para juzgar al mundo, sino para salvar al mundo” (Juan 12:47). La mayor expresión de su gracia es el ofrecimiento de su vida para nuestra salvación. La verdad condena. La gracia salva, si es recibida.
Si nosotros vamos a ser como Jesús, nos acercamos a las personas con una actitud de mostrarles gracia y decirles la verdad, pero con misericordia, con la intención de que se salven por recibir la gracia de Dios en la Cruz del Calvario. No miramos a nadie con prejuicios, ni con rechazo, ni con una actitud de “la verdad por delante”, hiriéndolos como sus jueces, como si fuésemos superiores, sino con humildad y gracia, porque hemos recibido gracia.
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