EL AMOR DE DIOS (3)

Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gal. 2:20). “Al que no conoció pecado, por nosotros (Dios) lo hizo pecado… para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él” (2 Cor. 5:21). “Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados. Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros” (Is. 53:5, 6). 
 
Lectura: Is. 53:4-8.
 
            ¿Te acuerdas de que mencionamos al principio de este mensaje a mujeres que no pueden sentir el amor de Dios porque han sido violadas, maltratadas, abandonadas, despreciadas o ignoradas? Sus corazones están rotos y no pueden ni recibir amor ni dar amor. ¿Cómo, pues, pueden ser sanadas estas mujeres para poder recibir el amor de Dios? Son sanadas aquí en la Cruz, siendo crucificadas juntamente con Cristo. Pasan su dolor y su pecado a Jesús para librarse de ellos. ¿Cómo no va a entender Jesús su dolor y vergüenza, si lo está pasando Él? Siente lo que sienten ellas, todas las emociones negativas pasan del cuerpo de la persona que sufre al cuerpo de Jesús. Él siente el rechazo que han sufrido, la humillación del maltrato, la desilusión, la frustración y la desesperación de cada persona. ¿Hay unión más íntima posible que esta? Se produce una identificación total entre Él y el pecador/víctima, y en esta identificación la persona que se muere con Él percibe el mayor amor que es posible sentir.
 
¿Cómo podemos hablar del pecado de las víctimas del abuso? Son las víctimas, no los agresores, ¿verdad? Pero el pecado nuestro consiste en cómo hemos respondido al mal que nos han hecho. ¿Qué sientes para tus agresores? ¿Odio, rechazo, repugnancia, ganas de vengarte, rencor, resentimiento, ira incontrolable o desprecio? ¿O tal vez, te odias a ti misma, o culpas a Dios, o proyectas la culpa sobre otra persona? ¿Odias a todos los hombres como consecuencia? ¿O bien, no quieres saber nada de nadie que se llame cristiano? Todo esto es pecado. Y todo esto, juntamente con el daño que te han hecho, y el daño que tú has hecho a otros, es lo que sale de tus heridas abiertas al estar crucificada juntamente con Cristo. Así es como ellas se sanan, y como todos nosotros nos sanamos. Jesús llega a ser el contenedor donde vertimos toda nuestra basura. El veneno de nuestras heridas pasa a Jesús, sale de nuestro cuerpo y es asimilado por el suyo, “y por sus llagas, somos nosotros curados”. “Al que no conoció pecado, por nosotros (Dios) lo hizo pecado para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él”.
 
La sanidad que efectúa Jesús en la cruz es como si fueses al médico con un cáncer y él te lo quitase, asumiéndolo él. Tú sales de su despacho sana y él lleva tu enfermedad. Es como si fueses al psicólogo cargado de emociones dolorosas, angustiantes e insoportables, destrozada y hundida, y el psicólogo asimilase todas tus emociones y te dejase en completa paz. Es como si fueras a tu padre explicándole lo que te han hecho, siendo una desgraciada, y él asumiese tu vergüenza y desgracia, y tú te sintieses comprendida y valorada por primera vez en tu vida. Es como acudir a tu madre llorando a mares, y ella te cogiese en un abrazo que te hiciese sentir amada ya para siempre, con un amor que te hace sentir reparada, restaurada, nueva. En los brazos abiertos de Jesús en la cruz hay todo esto y mucho más. Llegas a formar parte de Él: entendida, amada, deseada y sanada para siempre. En su amor eres una persona digna y valiosa.   


 Copyright © 2024 Devocionales Margarita Burt, All rights reserved.