EL AMOR DE DIOS (2)

 “¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada?… Estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 8: 35, 38, 39).
 
Lectura: Romanos 8: 29-34.
 
            Hasta ahora hemos dicho que las cosas buenas que nos pasan no nos convencen de que Dios nos ame, y las cosas malas no son evidencia de que Dios no nos ame. Consideremos las cosas malas que le pasaban a Pablo. Dice que ha sufrido “azotes sin número, en cárceles, en peligros de muerte muchas veces. De los judíos cinco veces he recibido cuarenta azotes menos uno. Treces veces he sido azotado con varas; una vez apedreado; tres veces he padecido naufragio… en trabajo y fatiga, en muchos desvelos, en hambre y sed, en muchos ayunos, en frío y en desnudez…” (2 Cor. 11:23-27). ¿Pablo pasó por cosas malas muy fuertes? Sí. ¿Estas cosas le hacían pensar que Dios no lo amaba? No. Al contrario, se sentía amado en medio de todas ellas. ¿Cómo fue posible?
 
Pablo pudo sentir el amor de Dios en medio de estas cosas terribles, porque lo que le pasaba no lo hacía sentir ni amado, ni no amado. Pablo recibió el amor de Dios cuando fue crucificado con Cristo en la Cruz y por esta experiencia se sintió amado todos los días de su vida, porque lo vivía continuamente. Lo explica él: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gal. 2:20). Pablo no dice que fue crucificado con Cristo. Dice que está siendo crucificado con Cristo. Es una realidad espiritual presente. No es una doctrina para Pablo. Es una vivencia. Se sentía amado por Dios porque estaba pegado a Cristo en la cruz siendo crucificado con Él, recibiendo su amor. El amor de Jesús salía de su corazón al corazón de Pablo al ir Jesús absorbiendo el dolor y el pecado de Pablo y trayéndole alivio.
 
Funcionaba más o menos así: Pablo acudió a la cruz con la lepra del pecado. Sus heridas supuraban. Salía sangre, infección y pus de sus heridas abiertas, y, superpuesto sobre Cristo, sus llagas coincidían con las suyas. Puso sus manos donde las manos de Jesús y sus pies donde los pies de Jesús. Los mismos clavos sujetaban a ambos. Las llagas abiertas de Jesús iban recibiendo el pecado y el sufrimiento de Pablo, es decir, el mal que él hizo, y el mal que le hicieron, el pecado suyo y el pecado de otros contra él, todo iba entrando en Jesús. Pasó del uno al otro. Pablo iba librándose de su mal, de su dolor, de su lepra, y Jesús lo iba recibiendo. Jesús estaba cada vez más lleno del pecado de Pablo y Pablo cada vez más libre de él. Jesús iba recibiendo pecado y Pablo iba recibiendo amor. Recibía alivio, liberación y sanidad por las llagas de Jesús. Fue un traspaso, un intercambio; la culpa de Pablo pasó a Jesús, y Jesús recibió el dolor y el pecado de Pablo; y Pablo recibió la justicia de Jesús. Jesús se condenó y Pablo se justificó: “Al que no conoció pecado, por nosotros (Dios) lo hizo pecado para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él” (2 Cor. 5:21). “Por su llaga fuimos nosotros curados” Is. 53:5). Selah.   


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