“Si uno lo hace de buena voluntad, lo que da es bien recibido según lo que tiene, no según lo que no tiene. No se trata de que otros encuentren alivio mientras que ustedes sufren escasez; es más bien cuestión de igualdad” (2 Corintios 8:12, 13, NVI).
Lectura: 2 Cor. 8:14, 15.
Dios ha prometido suplir nuestras necesidades: “Mi Dios suplirá todo lo que os falta conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús” (Fil. 4:19), pero también nos invita a colaborar con Él en suplir las necesidades de otros: para que “la abundancia de ustedes suplirá lo que ellos necesitan” (8:14). Notemos que la promesa de que Dios suplirá todo lo que nos hace falta viene para la persona que quiere dar a otros y teme dar tanto que se quede con menos de lo necesario para sí mismo. El apóstol le asegura que no será el caso, porque si da todo, Dios le suplirá lo que le haga falta. ¡Cuando hayamos dado todo, entonces podemos reclamar esta promesa!
Dios nos ha dado muchas cosas para administrar para su reino: nuestra formación académica, nuestros dones, nuestra experiencia en la vida cristiana, nuestro tiempo, nuestra casa, nuestro conocimiento bíblico, nuestros talentos y capacidades, todo lo que somos. Vamos a tocar un tema delicado en este contexto: los maridos han de “administrar” a sus esposas para el Reino de Dios. Esto significa que tienen que descubrir sus dones y capacidades y ayudarlas a desarrollarlos, animarlas a usarlos, proveer espacio para que lo hagan, quitarles responsabilidades, a veces, para hacer posible que ellas ministren a otros. En el Día Final, la opinión de la que escribe es que el Señor los llamará a dar cuentas en cuanto a si han usado a sus esposas para sí mismos o si las han administrado para el Reino. Algo parecido es cierto de las esposas. Hemos de pensar en cómo podemos facilitar que nuestro marido sirva al Señor, cómo podemos animarlo y apoyarlo, cómo podemos dejarlo libre para que esté por las cosas de Dios. Esto implica no ocupar todo su tiempo libre con nuestras demandas. Y, por supuesto, los dos pueden emplear su matrimonio para el Reino del Dios, sirviendo juntos, cada uno según lo que Dios le ha dado para enriquecer a otros.
El Señor dijo: “El que es fiel en lo muy poco, también en lo más es fiel; y el que en lo muy poco es injusto, también en lo más es injusto. Si en las riquezas injustas (en asuntos de dinero) no fuisteis fieles, ¿quién os confiará lo verdadero? …No podéis servir a Dios y a las riquezas” (Lucas 16:10-13). Después de esta enseñanza tenemos la parábola del hombre rico y Lázaro. La única información que tenemos sobre el motivo de la condenación del rico es que no compartió sus riquezas con el pobre Lázaro.
Sería interesante pasar un tiempo en oración pensando en todo lo que Dios nos ha dado y cómo lo podemos invertir en los negocios de nuestro Padre para que otros nos reciban en las moradas eternas con agradecimiento por cómo hemos bendecido sus vidas. Qué así sea.
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