“… quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero” (1 Pedro 2:24).
“Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él” (2 Corintios 5:21).
Lectura: 2 Cor. 5:19-21.
“Gehena” es la palabra que los judíos usaban para el vertedero municipal. Tiene una historia interesante. El Valle de Hinom (en hebreo, ge-hinom, que derivó al griego, geenna) era donde se practicaba la idolatría en tiempos antiguos hasta que el rey Josías destruyó el lugar y sus altares, convirtiéndolo en el lugar donde se quemaba la basura de Jerusalén. Siempre ardía día y noche y el humo de su fuego siempre subía. Este nombre fue empleado por el Señor Jesús para hablar del “infierno, al fuego que no puede ser apagado, donde el gusano de ellos no muere, y el fuego nunca se apaga” (Marcos 9:45, 46).
El pecado tiene que ser destruido. O bien es destruido eternamente en el infierno, juntamente con la persona que lo practica, o bien va a parar sobre Jesús en la cruz, si lo confesamos para ser salvos. Jesús “llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo” en la cruz para deshacerse de ellos. Dios “lo hizo pecado”. Convirtió su cuerpo en un cubo de la basura, en un contenedor, en el vertedero municipal, para deshacerse del pecado de los que ponen su pecado sobre Él. No llevó nuestro pecado sobre sus hombros como un paquete, sino que Él mismo se convirtió en pecado y la ira de Dios cayó sobre Él. Todo el robo, incesto, inmoralidad, envidia, calumnia, extorsión, engaño, adulterio, impiedad, rebeldía, blasfemia, traición, codicia, impureza, desobediencia, idolatría, asesinato, odio, y todo acto o pensamiento perverso que hemos cometido y confesado fue a parar sobre Él, y “él mismo llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero”. Él fue contaminado y hecho vil, “para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él” (2 Corintios 5:21). Este es el precio que Jesús pagó para quitar nuestro pecado. Se lo llevó Él para librarnos de ello.
Los judíos entendían muy bien lo que estos textos estaban diciendo, porque cada año Israel celebraba el día de expiación (Lev. 16) que simbolizaba anticipadamente lo que Jesús hizo. En ese día el sumo sacerdote presentaba dos cabras delante de la congregación de Israel. Ponía su mano sobre la cabeza de una de ellas y después la sacrificaba. Esto simbolizaba que él, representando al pueblo de Dios, ponía el pecado del pueblo sobre la víctima que fue sacrificada en su lugar. El pecado pasó del sumo sacerdote a la cabra y la cabra murió llevándolo. Después ponía la mano sobre la otra cabra y la soltaba al desierto donde desaparecía para siempre. Esto simbolizaba que el pecado había sido desterrado, llevado fuera para siempre y desaparecía. Jesús hizo las dos cosas, llevó el pecado en su cuerpo y lo hizo desaparecer para siempre en perfecto cumplimiento de esta celebración simbólica: “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él” (2 Corintios 5:21). ¡Qué hermoso y perfecto Salvador tenemos en el Señor Jesucristo!
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