“Si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas” (Mateo 6: 15).
Lectura: Romanos 12:17-21.
Si nuestro pasado cuenta con abusos, malos tratos y heridas profundas (como, por ejemplo, el abandono), la curación empieza por perdonar al ofensor (Mateo 6:12-15). Con la gracia de Dios esto es posible. Perdonar no significar declarar a la otra persona inocente; significa dejar su juicio en manos de Dios, porque Dios ha dicho: “Mía es la venganza, yo pagaré” (Romanos 12:19). Dios hará justicia. No tenemos que castigarla en nuestra mente, o vengarnos hablando mal de ella. El segundo paso es más sutil. Consiste en comprender cómo este agravio ha provocado el pecado en nosotros mismos. ¿Cómo hemos reaccionado? ¿Hemos abrigado odio profundo, deseos de matar al otro, rechazo a nosotros mismos? ¿Hemos culpado a Dios? ¿Nos hemos metido en una vida de perdición para castigarnos a nosotros mismos? ¿Hemos proyectado nuestro odio sobre otra persona, o sobre todos los hombres? El Espíritu Santo nos revelará cuál ha sido nuestra reacción, y ésta es la que hemos de confesar (1 Juan 1:9).
Después necesitamos descubrir cómo este agravio ha afectado a nuestra manera de pensar. ¿Qué actitudes tengo como resultado de lo que me pasó? ¿Cómo me ha engañado el enemigo? ¿Qué mentiras me he creído? Este es un trabajo que requiere tiempo y revelación por parte del Espíritu Santo. Todas estas mentiras se han instalado en nuestra mente y las hemos de rechazar delante de Dios en oración y reemplazarlas con las verdades bíblicas correspondientes. Esto es mucho trabajo, pero es vital si vamos a tener una mente sana. Una mente sana piensa según la verdad, y la Palabra de Dios es verdad. Ningún pensamiento equivocado tiene cabida en la mente de un hijo de Dios. Habiendo librado nuestra mente del engaño del enemigo, estamos libres para recibir la Palabra sanadora de consuelo, ánimo, valoración, aprobación y cariño que necesitamos de parte de Dios. El Espíritu proveerá aquellos versículos que traerán sanidad a la mente ya limpiada. Al final de este proceso, que puede tomar mucho tiempo, tenemos la sensación de estar cobijados en el amor de Dios. Pensamos en nosotros mismos como la persona a la que Jesús ama.
La persona sanada ya no está obsesionada con lo que le pasó años ha, no siente la necesidad de siempre hablar de ello, no encuentra su mente siempre repasando el pasado, ni recuerda el pasado con dolor, sino con paz. El pasado duerme en Dios, y en Él todo tiene sentido. Cuando un recuerdo doloroso se le va acercando, lo reconoce al vuelo, lo manda fuera antes de que llegue, y pone sus pensamientos en otra cosa. Ya está libre. Es una nueva criatura en Cristo en su manera de pensar en el pasado y en sí misma, y en su capacidad de vivir en el amor de Dios para ella. Se siente amada (1 Juan 4:10).
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