“Y la gente que estaba sentada alrededor de él le dijo: Tu madre y tus hermanos están afuera, y te buscan. Él les respondió diciendo: ¿Quién es mi madre y mis hermanos? Y mirando a los que estaban sentados alrededor de él, dijo: He aquí mi madre y mis hermanos. Porque todo aquel que hace la voluntad de Dios, ése es mi hermano, y mi hermana, y mi madre” (Marcos 3:31-35).
Lectura: Mateo 10:34-39.
Aquí tenemos una escena muy bonita. Jesús está sentado y rodeado de gente que lo está escuchando atentamente con la intención de obedecer cada palabra suya, pues obedecerlo a Él es hacer la voluntad del Padre. Este feliz encuentro está interrumpido por la familia de Jesús que quiere hablar con Él. ¡Qué sorpresa cuando no se levanta para atenderlos, sino que dice que su verdadera familia son los que oyen la Palabra de Dios y la ponen por obra! ¡Qué chasco para la familia! Jesús dice que tiene muchas madres. Todos los que son hijos de su Padre son familia suya. En aquel momento esto excluía a sus hermanos, porque aún no habían creído en Él.
En esta escena hay dos familias, la familia carnal, y la familia espiritual, y Jesús dice que la verdadera es la espiritual. Esto nos recuerda otra enseñanza de Jesús: “El que ama a padre o madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a hijo o hija más que a mí, no es digno de mí” (Mat 10:37). No solo deja a la familia carnal en segundo plano en cuanto a lazos familiares, sino que también en cuanto a afectos. La verdadera familia es la familia de la fe y amamos más a Jesús que a la familia carnal.
Esto no anula nuestra responsabilidad a la familia carnal: “Porque Moisés dijo: Honra a tu padre y a tu madre… pero vosotros decís: Basta que diga un hombre al padre o a la madre: Es Corbán (que quiere decir, mi ofrenda a Dios) todo aquello con que pudiera ayudarte… invalidando la palabra de Dios con vuestra tradición” (Marcos 7:10-13). No podemos ofrendar a Dios el dinero que es necesario para los padres. Primero los sostenemos y después ofrendamos. Aunque la obediencia a Dios va por encima de la obediencia a los padres, en caso de un conflicto, las necesidades vitales de los padres toman precedencia sobre ofrendas a la iglesia.
En la historia de este encuentro, Jesús no abandonó su ministerio para atender a su familia, porque no tenían ninguna necesidad vital. Pero cuando María iba a quedarse desamparada a causa de su muerte en la cruz, Jesús hizo provisión para ella mandando a Juan que la atendiese, poniendo en práctica su propia enseñanza que la verdadera familia es la de la fe. Hay mucha enseñanza que podemos sacar de estos textos, pero lo que queda claro es que la familia no constituye ninguna excusa para no hacer lo que Dios está pidiendo de nosotros. “No puedo ir a la iglesia, porque mi familia viene a comer”, no es excusa válida para dejar de reunirnos como Dios pide de nosotros. Tampoco lo es: “No me bautizo, porque mi familia se ofendería”. Si no amamos al Señor primero, no somos dignos de Él. Es duro, pero el Señor nos da una familia espiritual preciosa que compensa con creces y, de todas formas, ¡Dios quiere que se convierta toda nuestra familia carnal! Entonces serán doblemente familia.
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