“Si alguno se cree religioso entre vosotros, y no refrena su lengua…Ningún hombre puede dominar la lengua” (Sant. 1:26; 3:8).
La mente es algo que tenemos que disciplinar. No podemos ir saltando de un tema a otro de forma caótica, sin terminar ninguno. Tenemos que dirigir, emplear y conducir nuestra mente y nuestros pensamientos. Este es un problema, sobre todo para la mujer. Puede hacer muchas cosas a la vez, pero no le conviene pensar muchas cosas a la vez. Esta es una conversación imaginaria con una mujer de mente dispersa:
Judit: María, ¿a qué iglesia vas?
María: Cuando nos vimos el otro día iba allí. La que me acompañaba era mi amiga Alba. Vinimos del hospital de visitar a su madre que fue operada de una hernia. La operó el mismo médico que operó a mi hermana cuando vivíamos en la otra casa. Tuvimos que mudarnos de casa porque se casa el hijo de la dueña y quiere vivir en aquel piso. Le pilla bien para su trabajo, a no ser que consiga otro en Zaragoza, donde quiere ir, pero su novia quiere quedarse en Barcelona, porque toda su familia está aquí. Su madre hace unos pasteles deliciosos, como la mía. Me va a enseñar cómo hacer uno que quiero llevar a la comida fraternal que tenemos en la iglesia el día 31 a las 8:00. He invitado al vecino. Le expliqué dónde está la calle de la Constitución, porque no lo sabía. Vendrá en el autobús, porque tiene el coche en el taller. Se le estropeó el martes pasado.
Judit: Un momento. ¿Dices que tu iglesia está en la calle de la Constitución? ¿Qué número? Me gustaría visitarla este domingo.
María: Me alegro mucho. ¿Puedes quedarte a comer con nosotros después? Mi madre va a hacer paella. Ya ha comprado…
Judit: Perdona que te corte, pero si no me dices el número de la calle, no puedo ir a tu iglesia, ni comer luego en tu casa.
Si esta conversación te parece lógica y normal, ¡puede ser que tú también tengas una mente dispersa! Para las que dejan su mente suelta y quieren cambiar, aquí hay unas pautas:
- Aprende a escuchar a la otra persona y contestar a lo que pregunta, sin dar mil rodeos. Mira su cara. ¿Está perdiendo la paciencia? ¿Quiere toda la información que le estás dando? ¿Es necesario entrar en todos estos detalles? Respeta su tiempo.
- Para. Deja que la otra persona intervenga. No hables continuamente sin dejar hablar a la otra persona. Cuando ella hable, piensa en lo que ella está diciendo, no vuelvas a lo tuyo. Si tú sueles ocupar la mayor parte del tiempo, cambia. Comparte el tiempo igualmente con el otro. Esto es mostrar amor por el otro.
- Aprende a seguir con el tema. No vayas de tema en tema. No tengas varias conversaciones en marcha a la vez. ¡Vas a marear a tus oyentes! Disciplina tu mente. Ordena tus pensamientos. No permitas que vayan en muchas direcciones a la vez. Piensa en lo que quieres comunicar y dilo, sin entrar en otras consideraciones o temas relacionados.
Si tienes este problema, y te aplicas estas normas, tendrás relaciones más profundas, incluso con el Señor, al aprender a dejar que Él hable y al escuchar atentamente lo que Él quiere compartir contigo.
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