“Así es el reino de Dios, como cuando un hombre echa semilla en la tierra; y duerme y se levanta, de noche y de día, y la semilla brota y crece sin que él sepa cómo” (Marcos 4:27).
Lectura: Marcos 4:26-29.
¡Qué sorpresa más agradable! El hombre echa la semilla en la tierra, ¡y Dios hace el resto! La semilla tiene vida en sí misma. El hombre no la hace crecer. No puede controlar ni la germinación, ni el desarrollo, ni la final maduración del grano. Un buen día, ve que la siega ha llegado y mete la hoz porque el grano ha madurado y el reino de Dios ha llegado a su plenitud. Hay un proceso que ocurre bajo tierra que nadie ve, y otro que ocurre sobre tierra a la vista de todos los hombres, pero él no interviene en ninguno de los dos. Dios lo controla bajo las leyes de la naturaleza que Él ha instigado. El hombre hace su parte, y Dios hace la suya. Lo del hombre es sembrar. Pablo dijo: “Yo planté, Apolos regó; pero el crecimiento lo ha dado Dios” (1 Cor. 3:6).
Vemos este principio funcionando en la vida del Señor Jesús. Él sembraba, pero los apóstoles segaron. Él fue por todo Israel predicando la Palabra de Dios, pero no fue hasta el día de Pentecostés, bajo la predicación del apóstol Pedro, cuando hubo la gran cosecha de todo lo que Jesús había sembrado. Un ejemplo es lo que pasó en Samaria. Jesús sembró: “Se quedó allí dos días y creyeron muchos más por la palabra de él” (Juan 4:40, 41), pero el día de la gran cosecha fue cuando Felipe descendió a Samaria después de Pentecostés y predicaba a Cristo crucificado y resucitado (Hechos 8:5-8). La cosecha de la Palabra que Jesús sembró sigue ocurriendo hasta el día de hoy y culminará en el día final.
Esta parábola es un gran estímulo y consuelo para nosotros. Lo nuestro es sembrar la Palabra. No podemos convertir a nadie. Tampoco podemos controlar su crecimiento. Solo sembramos. La Palabra de Dios tiene vida en sí misma, y, juntamente con el Espíritu Santo, produce el nuevo nacimiento, lleva a cabo la regeneración de una persona y su maduración hasta el día de su cosecha final cuando “Dios enviará a sus ángeles con gran voz de trompeta, y juntarán a sus escogidos de los cuatro vientos, desde un extremo del cielo hasta el otro” (Mat. 24:31). “La siega es el fin del siglo; y los segadores son los ángeles” (Mat. 13:19).
Lo que ocurre a nivel particular ocurre también a nivel mundial, y la semilla que ha sido sembrada a través del mundo entero dará su fruto, será cosechada y puesta en el granero eterno de Dios, y el Reino de Dios habrá venido en su sorprendente y hermosa plenitud con una inmensa cosecha que a nosotros nos maravillará, porque no sabremos cómo ha podido ocurrir semejante maravilla, y, felices, daremos la gloria a Dios.
Copyright © 2024 Devocionales Margarita Burt, All rights reserved.