“Servimos a Dios, ya sea que la gente nos honre o nos desprecie, sea que nos calumnie o no elogie. Somos sinceros, pero nos llaman impostores. Nos ignoran aun cuando somos bien conocidos. Vivimos al borde de la muerte, pero aún seguimos con vida. Nos han golpeado, pero no matado. Hay dolor en nuestros corazones, pero siempre tenemos alegría. Somos pobres, pero damos riquezas espirituales a otros. No poseemos nada, y sin embargo lo tenemos todo” (2 Corintios 6:8-10, NTV).
Lectura: 2 Cor. 6:3-7.
Pablo dice en efecto: “Nos tienen por mentirosos, sin embargo, hablamos la verdad, nos tienen por deshonorables, por gente de mala fama e impostora, unos “don nadie”, desgraciados, pobres y destituidos, pero da igual lo que piensen, porque sabemos que su juicio está equivocado. Lo opuesto es lo cierto de nosotros”.
Antes de conocer a Cristo, Pablo tenía una reputación excelente entre los judíos. Había llegado a la cima en la opinión de la gente. Y también llegó a la cumbre en el cristianismo. Es una de las personas más valoradas en la historia del mundo, pero no durante su vida. Ahora es amado por gente a través del mundo entero. No podemos bendecir a Dios lo suficiente por él. Pablo abandonó una reputación temporal para conseguir fama eterna. No hay nadie como él. Está a la par con Moisés, y sufrió como él. A Moisés los judíos intentaron matarlo, querían volver a Egipto, lo difamaron, lo ofendieron continuamente, lo cansaron con su pecado, pero los soportaba e intercedió por ellos cuando provocaron a Dios a ira con su rebeldía y los iba a destruir. Pablo fue muy parecido. Los dos amaban a gente que los despreciaba. Cuanto más los rechazaba, más la amaban. Esta clase de amor solo puede proceder de Dios. Pablo es hermoso con una hermosura que no se desvanece, solo aumenta con el paso del tiempo. Es radiante en Jesús, un verdadero discípulo del Maestro y auténtico reflejo de su gloria.
El mundo no entiende nada. Su valoración no cuenta; Jesús es el Juez de vivos y muertos, no un ser humano cualquiera. La gente nos puede evaluar al revés. Da igual. No importa cómo seamos tratados, estamos en la verdadera realidad. Cómo nos tratan no tiene nada que ver con la realidad, y Pablo lo sabía. Se daba perfecta cuenta de cuán equivocados estaban y nunca permitió que su desprecio lo desanimara.
La invitación de Dios para nosotros es no hacer caso de lo que le gente piensa de nosotros, porque no nos entienden. Cuando los corintios juzgaron a Pablo equivocadamente, él se defendió de una forma elegante, y al hacerlo expresó su amor por ellos. Les dijo suavemente que, aunque ellos no lo amaban, él valoraba su amor y quería ser amado por ellos: “¡Oh, queridos amigos corintios!, les hemos hablado con toda sinceridad y nuestro corazón está abierto a ustedes. No hay falta de amor de nuestra parte, pero ustedes nos han negado su amor. Les pido que respondan como si fueran mis propios hijos. ¡Ábrannos su corazón!” (6:11-13).
Es como decir a la gente que nos acusa de estar llenos de odio: “No me habéis entendido, no soy la caricatura que hacéis de la mujer con mi postura, de las que no creen en matarse a sí mismas, ni a sus bebés. Yo sí he encontrado amor, libertad, realización y felicidad; vosotros sois los que no. Me habéis malentendido, pero todavía os acepto y me gustaría ser aceptada por vosotros”. Sería asombroso decir esto. En lugar de decir: “Allá vosotros, me voy”, dices: “Me habéis juzgado mal. Soy lo opuesto de lo que habéis pensado de mí, pero todavía os aprecio y me gustaría tener una auténtica amistad con vosotros”. Así fue Pablo.
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