“Pero yo os digo la verdad: os conviene que yo me vaya; porque si no me fuese, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré” (Juan 16:7, 8).
Lectura: Juan 16:10-13.
Si el fallo o el pecado que vemos nos atañe directamente (por ejemplo, si nuestro marido está haciendo algo que está causando daño a toda la familia y no está abierto a que le digamos nada), ¿qué podemos hacer? Muchas de nosotras hacemos todo lo que está en nuestro poder para cambiarlo. ¡Con mucha energía emprendemos la misión de cambiar al marido! Le lanzamos sermones. Nos ponemos pesadas y le decimos infinidad de veces lo que está haciendo mal. Usamos indirectas. Lloramos. Nos ponemos dramáticas. ¡Y la lista sigue, pero todas ya conocemos este camino! Lo único que conseguimos es enrarecer el ambiente de casa. Todo esto está mal porque es una obra humana. Si él cambia por lo que yo hago, la victoria es muy pobre. Se ha dejado manipular. Esto no es lo que queremos. Queremos que Dios lo cambie.
El Señor Jesús antes de irse al cielo nos dejó una promesa muy hermosa, la de enviarnos al Espíritu Santo. Dijo: “Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado” (Juan 16:8). También convence a los creyentes de pecado. Esta es la función del Espíritu Santo, no la nuestra. Resulta que no somos Dios. No podemos hacer las veces del Espíritu Santo. Tenemos que quitarnos de en medio y dejarle sitio para que Él obre. Nuestra responsabilidad y privilegio es orar por los que vemos que están mal y pedir a Dios que su Espíritu los convenza de pecado. El Espíritu lo sabe hacer y lo hace muy bien. Esta es una oración muy eficaz porque estamos pidiendo a Dios que haga algo que prometió hacer. Es nuestra manera de colaborar con Él.
Requiere mucha fe. Tenemos que creer que Dios puede hacer este trabajo mucho más eficazmente que nosotras. Nos cuesta creerlo, porque tenemos mucha confianza en nosotras mismas. Pero si nos humillamos delante de Dios y le decimos que no somos mejores que nadie, que necesitamos su ayuda, que creemos su promesa, y si descansamos en la capacidad de Dios para hacer lo imposible, glorificamos al Señor y le dejamos hacer lo que Él hace muy bien. En este contexto tenemos otra promesa maravillosa: “Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad” (Juan 16:13). Este pecado que tanto nos hace sufrir es solo el fruto de algo mucho más hondo en la persona. Dios quiere llegar a la raíz. Solo Él sabe por qué el otro practica este pecado. Lo que Dios quiere hacer es llegar al fondo y cambiarlo por completo. Pidamos a Dios que su Espíritu lo guíe a toda la verdad. Entonces el cambio será netamente una obra de Dios que glorificará a Su Nombre. Y esto es lo que queremos.
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