“Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio” (Juan 16:9).
Lectura: Juan 16:10-13.
Comparto con vosotras lo que he tardado mucho en aprender. Algunas de nosotras pertenecemos a la clase de personas que siempre se fija en lo que otros hacen mal. Somos bastante criticonas. Las hay que van un poco más lejos y quieren cambiar al otro. Otras sencillamente lo condenan. Piensan que no hay nada que hacer con él, que no hay posibilidad de cambiarlo, y lo dejan por imposible. Creemos el refrán que dice: “Genio y figura, hasta la sepultura”. Evidentemente el Señor Jesús no lo creía, o no habría enviado a su Espíritu al mundo para cambiarnos.
El pastor de nuestra hija llevaba una viga de madera al culto. Se ponía en el púlpito y la alzaba a la altura de sus ojos y paraba allí. Claro, ¡no podía ver nada! Fue su manera de ilustrar lo que dijo el Señor Jesús: “¿Y por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo?” (Mat. 7:3). La respuesta es: Porque no nos damos cuenta de que tenemos una viga en nuestro ojo. Pensamos que vemos bien. Necesitamos orar la oración que encontramos en el Salmo 139:23, 24: “Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos; y ve si hay en mí camino de perversidad, y guíame en el camino eterno”. El Señor nos ayudará a sacar la viga de nuestro ojo para ver bien para sacar la mota del ojo del otro. De esta manera lo haremos con tanta delicadeza ¡que el otro nos dará las gracias!
Sufrimos mucho por lo que vemos de mal en el otro, y es posible que tengamos razón, que efectivamente él esté mal. Podemos perder mucho sueño o angustiarnos con lo que le pasa, pero tengamos cuidado en asegurarnos de que nuestro sufrimiento no sea por meternos donde no nos llaman. Si no es asunto nuestro, la Biblia tiene algo que decirnos: “Así que alégrense cuando los insulten por ser cristianos, porque el glorioso Espíritu de Dios reposa sobre ustedes. Sin embargo, si sufren, que no sea por matar, robar, causar problemas o entrometerse en asuntos ajenos” (1 Pedro 4:15, NTV). El apóstol está diciendo que no suframos ¡por nuestra propia culpa! Hemos de discernir cuál es nuestro asunto y cuál no lo es.
Si aquél que nos preocupa es creyente, podemos hablar con él con mucho cuidado e intentar mostrarle su falta: “Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado” (Gal. 6:1). La meta es restaurarlo, no alienarlo. Si le hablamos correctamente, pero él no responde, si no está de acuerdo, y si se molesta, ¿qué hemos de hacer? Dejarlo en manos de Dios con fe en que el Señor sabrá qué hacer.
Las personas más espirituales y más conocedoras de la Biblia somos propensas a juzgar a otros por su incumplimiento de las Escrituras. Nos ponemos en el lugar del juez, lo declaramos culpable, lo castigamos severamente y lo abandonamos a su suerte. Esto no restaura a nadie. Por medio de las Escrituras, el Señor nos pregunta: “¿Tú quién eres, que juzgas al siervo de otro? Para su propio señor está en pie o cae; pero estará firme, porque poderoso es el Señor para hacerle estar firme” (Rom. 14:4). Pablo tenía gran fe en la capacidad de Dios de corregir a sus siervos. Podía dejarlos en manos de Dios para que Él mismo los tratase.
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