EL LEGADO DE JESÚS

“Suéltame, porque todavía no he vuelto al Padre. Ve más bien a mis hermanos y diles: “Vuelvo a mi Padre, que es Padre de ustedes; a mi Dios, que es Dios de ustedes” (Juan 20:17, NVI).
 
El Espíritu Santo
 
            Cuando Jesús anunció a sus discípulos que se iba a ir, que los iba a dejar, sus corazones estaban llenos de tristeza: “De cierto, de cierto os digo, que vosotros lloraréis y lamentaréis, y el mundo se alegrará; pero, aunque vosotros estéis tristes, vuestra tristeza se convertirá en gozo” (Juan 16:20). “Pero os digo la verdad: os conviene que yo me vaya; porque si no me fuere, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré” (Juan 16:7). Jesús los estaba consolando, diciendo que era para su ventaja que se fuese, porque iban a salir ganando. Tener el Espíritu Santo con ellos sería mejor que tenerlo a Él mismo. ¿Tú crees esto? ¿Crees que es mejor tener al Espíritu Santo que tener a Jesús en persona? Jesús dijo que sí. Lo afirmó con la expresión: “De cierto, de cierto” y “Os digo la verdad”. ¿Es verdad para ti?
 
Es verdad para el creyente que ha llegado a conocer el ministerio del Espíritu Santo en su vida, el que puede sentir su presencia, oír su voz, el que experimenta su consuelo, su dirección, su ayuda en la oración, su iluminación al abrir las Escrituras y su voz hablándole por medio de ellas. Para los que no viven en el Espíritu sería preferible tener a Jesús y seguirlo físicamente como lo siguieron los discípulos. Pero los discípulos no entendían nada de lo que Jesús les enseñaba antes de la venida del Espíritu Santo en Pentecostés. ¡Él es quien los llevó a conocer a Jesús! Y sin Él nosotros tampoco podemos conocer a Jesús, ni entender su mensaje.
 
El Padre.
 
            Jesús se fue al Cielo y nos dejó a dos Personas para reemplazarlo: el Espíritu Santo y un Padre. Jesús le dijo a María: “Subo a mi Padre y a vuestro Padre”. Los judíos en tiempos de Jesús no pensaban en Dios como su Padre. A veces se referían a Él como el Padre de la nación, pero no como el Padre de los individuos. Jesús les estaba invitando a una nueva relación mucho más familiar con Dios. Todo creyente ahora tiene a Dios por Padre: “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios” (Juan 1: 12). Esto nos introduce en una relación que tenemos que explorar y desarrollar: “Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios” (1 Juan 3:1). Dios nos ama como hijos, más que el mejor padre de este mundo. Nos da una herencia eterna: “El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios, y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él” (Romanos 8:16, 17). ¡Ningún sufrimiento nuestro tiene comparación con la herencia que nos espera como hijos de Dios, el Dueño del universo!
 
            El punto que estamos diciendo es que cuando Jesús fue al cielo nos dejó lo que más amaba: a su Padre y al Espíritu Santo, dos Personas maravillosas que llenan el hueco que Él dejó. ¡Solo falta que vuelva Él para que nuestra felicidad sea completa!     


       
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