LEGALISMO Y EL DESEO DE MATAR

 “Entonces dijo a aquel hombre: Extiende tu mano. Y él la extendió, y le fue restaurada sana como la otra. Y salidos los fariseos, tuvieron consejo contra Jesús para destruirle” (Mateo 12:13, 14).
 
Lectura: Mateo 12:9-14.
 
            Camino a la sinagoga en un día de reposo, Jesús y sus discípulos pasaron por los sembrados y, como los discípulos tuvieron hambre, empezaron a arrancar espigas y comerse los granos. Los fariseos, que siempre estaban al acecho, criticaron a Jesús por permitir que los discípulos “trabajasen” en el día de reposo. Para defenderlos, Jesús les recuerda que David también desobedeció la ley por un caso de hambre. David y sus hombres comieron el pan de la proposición “que no les era lícito comer ni a él ni a los que con él estaban, sino solamente a los sacerdotes” (12:4). Lo que Jesús enseñaba era que es importante guardar la ley de Moisés, pero hay casos de necesidad en que es necesario saltarse la ley y atender a la necesidad humana. El legalista es el que pone la ley por encima de la persona; le importa la ley más que el ser humano. En casos extremos, a los legalistas no les importa el sufrimiento humano, solo les importa el cumplimiento de la ley. Así eran los fariseos en tiempos de Jesús; así somos nosotros los evangélicos si no somos conmovidos por el sufrimiento de otros, si lo único que nos importa es nuestra religión, nuestra estricta interpretación de la Biblia; pasamos del sufrimiento humano. Para guardar nuestra interpretación de la Biblia somos capaces de infligir mucho sufrimiento sobre otros.  
 
            Jesús y sus discípulos continuaron andando después de esta confrontación con los fariseos y llegaron a la sinagoga donde encontraron más necesidad humana. Allí estaba un hombre que tenía seca una mano. Parece que los fariseos también iban allí, porque continuaron acosándolo. Le preguntaron: “¿Es lícito sanar en el día de reposo?” (12:10). No sentían compasión alguna por el hombre que tenía seca la mano. Solo les importaba la ley. Este es el problema con el legalismo. Endurece el corazón hasta no sentir el dolor del otro. El caso de este hombre era más importante que el hambre de los discípulos, pero los legalistas solo están por la ley. ¿Sanar es trabajar?  ¿La ley lo prohíbe? ¡En esta sanidad Jesús no hizo ningún trabajo! Solo mandó al hombre extender su mano. El hombre tampoco hizo ningún trabajo. Solo extendió la mano. Pero fue sanado, y esto es lo que no querían los fariseos, que se sanase en el sábado. Si no hubiese sido sanado, igual habrían dejado a Jesús en paz, pero como la mano se sanó, decidieron matarlo. ¿Es lícito tramar la muerte de alguien en el sábado? El legalista empedernido prescinde de la ley que dice: “No matarás”; ni busca excusa alguna para destruir a una persona. El legalismo ha endurecido tanto su corazón que el odio se apodera de él. El legalista en su peor estado es homicida. Esto ya lo hemos visto en la Santa Inquisición. La persona pierde todo su valor; hay que matarla para guardar la ley. Esta es una tergiversación trágica de la ley de Dios que fue instituida para el bien del hombre. “El cumplimiento de la ley es el amor” (Rom. 13:10).
 
            Oh Padre amado, enséñanos a ser misericordiosos. Amén.   
 
   
       
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