GRACIA PARA MÍ Y GRACIA PARA TI

“De lo profundo, oh Jehová, a ti clamo. Señor, oye mi voz; estén atentos tus oídos a la voz de mi súplica” (Salmo 130:1).
 
Lectura: Salmo 130:1-8.
 
            El Salmista clama a Dios con insistencia. Quiere conseguir la atención de Dios. Va en serio. Necesita una respuesta. ¿Cuál es su problema? ¡No lo dice! Lo que queda muy claro es que espera en Dios y recomienda al pueblo de Dios hacer lo mismo: Esperé yo a Jehová, esperó mi alma; en su palabra he esperado. Mi alma espera a Jehová, más que los centinelas a la mañana, más que los vigilantes a la mañana. Espere Israel a Jehová, porque en Jehová hay misericordia y abundante redención con él” (130:5-7). Su esperanza está puesta en Dios y en su Palabra, porque Dios es misericordioso: redime y perdona.
 
            Deducimos que el tema que ocupa su atención es el pecado. Todos pecamos. Si Dios se fijase en nuestro pecado, caeríamos todos bajo su juicio: “JAH, si mirares a los pecados, ¿quién, oh Señor, podrá mantenerse? Pero en ti hay perdón para que seas reverenciado” (130:3, 4). Esta ha sido su experiencia. Él espera en la misericordia de Dios en cuanto a sus pecados y anima a Israel a hacer lo mismo: “Espere Israel en Jehová, porque en Jehová hay misericordia, y abundante redención con él; y él redimirá a Israel de todos sus pecados” (130:7, 8).
 
            Este salmo nos va como anillo al dedo cuando nos fijamos en los pecados de otra persona. En lugar de censurarla, esperamos la misma misericordia para ella que hemos encontrado para nosotros. No es más pecadora que nosotros. Si estamos obsesionados con el pecado del otro, es porque no somos conscientes de la misericordia que Dios ha tenido con nosotros; pensamos que somos justos y que ellos no lo son. David no tuvo esta actitud. ¡Él esperaba en la misericordia de Dios por sus pecados más que el centinela espera la mañana! Está clamando a Dios para que lo perdone, y de la misma manera desea que Israel lo haga, para que tanto él como Israel sean perdonados y encuentren redención de todos sus pecados. 
 
            Esta tiene que ser mi actitud. Clamo a Dios por el perdón de mis pecados y por los de mi hermano, porque si Dios no me hubiese perdonado, no habría esperanza alguna para mí. El salmista ora con tanta insistencia, porque el perdón afecta su relación con Dios y determina el destino eterno de su alma. El total cumplimiento de este salmo se dará cuando estemos en el Cielo, complemente redimidos de todos nuestros pecados y redimidos nuestros cuerpos: “Nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, nosotros también gemimos dentro de nosotros mismos, esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo, porque en esperanza fuimos salvos” (Rom. 8:23, 24). 
 
             “Espere Israel a Jehová, porque en Jehová hay misericordia, y abundante redención con él”.  
   
       
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