LA FE DE JESÚS

“Pero teniendo el mismo espíritu de fe, conforme a lo que está escrito: Creí, por lo cual hablé, nosotros también creemos, por lo cual también hablamos” (2 Corintos 4:13).
 
Lectura: Salmo 116:8-10a.
 
Pablo dice: “Creí, por lo cual hablé…”. ¿Qué es lo que creyó? Que Dios le iba a levantar de la muerte: “sabiendo que el que resucitó al Señor Jesús, a nosotros también nos resucitará con Jesús, y nos presentará juntamente con vosotros” (4:14). Pablo está citando el Salmo 116 y dice que tiene la misma fe que tuvo el salmista cuando creía que Dios lo iba a librar de la muerte. El salmista se refería a la muerte física cuando su vida peligraba a causa de sus enemigos, pero no murió. Pablo, en cambio, se refiere a la liberación definitiva de la muerte, a la resurrección del cuerpo de la tumba.
 
Miremos al Salmo. El salmista dice: “Pues tú has librado mi alma de la muerte, mis ojos de lágrimas, y mis pies de resbalar. Andaré delante de Jehová en la tierra de los vivientes. Creí; por tanto, hablé” (Salmo 116:8-10). La puntuación en nuestras Biblias refleja el criterio de los traductores debido a que el hebreo está escrito sin puntuación, y sin separación entre palabras, sin vocales y sin párrafos. Va todo seguido. Los traductores han hecho maravillas, y estamos agradecidos, pero nosotros podemos ser flexibles cuando estudiamos las Escrituras al tomar estas cosas en cuenta. Es evidente en este caso que lo que Pablo leyó en hebreo versaba sobre la fe que el salmista tuvo en que Dios lo iba a librar de la muerte.
 
Este es el mismo espíritu de fe que tuvo Jesús frente a su muerte, que Dios lo iba a librar de la muerte, o sea, que lo iba a resucitar. ¡El Salmo 116 es el Salmo que Jesús cantó antes de ir a la cruz! ¡Impresionante! Antes de salir para el Huerto de Getsemaní cantó este salmo con los discípulos al finalizar la celebración de la pascua (Mat. 26:30). El cordero estaba muerto. Ya lo habían comido. El Cordero de Dios también iba a ser sacrificado para que pudiésemos comer de Él, y Jesús creía firmemente que iba a resucitar: “Pues tú has librado mi alma de la muerte, mis ojos de lágrimas, y mis pies de resbalar. Andaré delante de Jehová en la tierra de los vivientes”. Y lo dijo por fe cuando estaba saboreando la angustia de la muerte, “estando afligido en gran manera” (Salmo 116:10). Habló por fe delante de la misma muerte. Algunos piensan que Jesús no tuvo que usar fe porque sabía todas las cosas. Creen en un Jesús que no era como nosotros, que venía preprogramado y tenía la mente de Dios en un cuerpo humano. Este Jesús no es el que las Escrituras revelan. El Jesús de la Biblia “fue hecho semejante a sus hermanos, para venir a ser misericordioso fiel sumo sacerdote… pues en cuanto él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados” (Heb. 2:17, 18). Jesús es el pionero de la vida de fe (Heb. 12:2), el mayor ejemplo de lo que es vivir una vida de fe y morir una muerte con fe. Nosotros podemos enfrentar la muerte con la misma fe en que Dios nos resucitará, y que “viviremos delante de Dios en la tierra de los vivientes”. El ejemplo de la fe de Jesús nos conmueve profundamente. En su hora negra, con una siniestra presencia satánica resistiéndolo, Jesús habló por fe, y con absoluta certeza por fe, profetizó su resurrección. Tenemos un asombroso Salvador. En su reino celebraremos la Pascua con el Cordero vivo en la mesa, resucitado de la muerte.    
       
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