“Andando junto al mar de Galilea, vio a Simón y a Andrés su hermano, que echaban la red en el mar; porque eran pescadores. Y les dijo Jesús: Venid en pos de mí, y haré que seáis pescadores de hombres. Y dejando luego sus redes, le siguieron” (Mc. 1:16-18).
Lectura: Marcos 1:19, 20.
La voz de Jesús sigue llamando a las almas perdidas hasta el día de hoy. Para ello, utiliza a su Iglesia. La función de la iglesia es proclamar el evangelio a los perdidos, discipularlos, y enviarlos a hacer lo mismo. Jesús no llamó a Simón y Andrés diciéndoles: “Venid en pos de mí, y os haré conocedores de las Escrituras, o maestros de la Biblia”. Dijo: Venid en pos de mí, y haré que seáis pescadores de hombres”. El propósito de la Iglesia no es enseñar la Biblia. Claro que lo hace, y es muy importante, pero no es un fin en sí mismo. Algunas iglesias tienen tanta luz dentro que deslumbran a los miembros, pero esta luz no llega a la calle, porque no tienen ventanas al exterior. Todo ocurre dentro de las cuatro paredes. Esto es lo que dijo Jesús que no debemos hacer: “No se enciende una luz y se pone debajo de un almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en casa. Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mateo 5:15, 16). Lo que ilumina a los hombres no es nuestro conocimiento bíblico, sino nuestras buenas obras. Para ello tenemos que hacer algún servicio fuera, no para ser vistos, sino porque nos importa la gente y queremos ayudar.
En España somos 48 millones, de los cuales entre el 1% y el 2% son creyentes evangélicos, y ¿cuántos de ellos están compartiendo el evangelio en las calles? La única manera de alcanzar al país es por medio de la multiplicación, como hizo Jesús. Él formó a doce y ellos salieron y cada uno de ellos formó a muchos más y aquellos salieron y formaron a otros, y sucesivamente. Jesús nos mandó a ir a ellos: “Id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado” (Mat. 28:19, 20).
Hablando de Pablo, la Palabra dice: “Así continuó por espacio de dos años, de manera que todos los que habitaban en Asia, judíos y griegos, oyeron la palabra del Señor Jesús” (Hechos 19:10). “Y Felipe, descendiendo a la ciudad de Samaria, les predicaba a Cristo. Y la gente, unánime, escuchaba atentamente las cosas que decía Felipe, oyendo y viendo las señales que hacía” (Hechos 8: 6). Los apóstoles predicaban el evangelio del arrepentimiento y juicio: “Pero Dios, habiendo pasado por alto los tiempos de esta ignorancia, ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan; por cuanto ha establecido un día en el cual juzgará al mundo” (Hechos 17:30, 31). Cuentan que la predicación de Charles Finney condujo a un gran avivamiento: En un lugar predicó acerca del pecado y sus consecuencias durante treinta días, sin decir nada acerca de la obra de Cristo. La gente escuchaba día tras día acerca de la ley y la ira de Dios hasta que vinieron bajo convicción de pecado. En el último día Finney predicó la solución de Dios para el pecado por medio de la cruz de Cristo y hubo una respuesta masiva de gente desesperada por encontrar alivio de su condición delante de Dios. Acudieron en masa a Cristo y fueron salvos. ¿Cuánto tiempo hace que no has escuchado el evangelio presentado de esta manera?
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