EL EVANGELIO DE JESÚS Y EL DE PABLO

“El evangelio es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree; al judío primeramente, y también al griego (gentil)” (Rom. 1:16).
 
            Los hay que sostienen que Jesús predicó un evangelio y Pablo otro. Jesús predicó el arrepentimiento, el nuevo nacimiento, el coste de seguirlo, la obligación de amarlo más que a la familia, la renuncia a riquezas y bienes materiales, la necesidad de afrontar la persecución y de llevar un estilo de vida de acuerdo con el sermón del monte. Dicen que Pablo, en contraste, predicó el evangelio de la gracia. ¿Es así?
 
Jesús nunca dijo: “Cree que morí por ti y serás salvo”. No entró en el escenario humano diciendo: “Yo soy Dios. Voy a morir y resucitar. La salvación es por medio de la fe en mi muerte en tu lugar”. No lo dijo por motivos históricos. No pudo predicar la salvación por su muerte, si sus oyentes no sabían que iba a morir en la cruz. Lo iba introduciendo poco a poco, a la medida que los discípulos eran capaces de comprenderlo. Los discípulos primero tuvieron que llegar a la conclusión de que Él era divino antes de empezar a comprender la necesidad y el valor de la cruz. Solo fue después de la confesión de Pedro, “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente” (Mat. 16:16), que Jesús empezó a hablar de la cruz (16:21). Para ellos, aceptarlo implicó un tremendo cambio de mentalidad: Él Mesías es el Hijo de Dios; no va a salvar a Israel de los romanos, sino del pecado; no va a reinar ahora, sino luego, cuando el evangelio haya sido predicado a todo el mundo. Les costó mucho asimilar estas ideas.
 
Al final, cuando Jesús hubo muerto y resucitado y estaba a punto de ascender al cielo, ellos todavía pensaban que iba a restaurar el reino a Israel en cualquier momento: “Entonces los que se habían reunido le preguntaron, diciendo: Señor, ¿restaurarás el reino a Israel en este tiempo? (Hechos 1:6). No fue hasta descender el Espíritu Santo que comprendieron bien el evangelio, pero Jesús ya se había ido al cielo.
 
Pablo es la persona que Dios usó para plasmar el evangelio en forma sistemática y ordenada, no uno de los doce. Empezó con la ira de Dios (Rom. 1:18) sobre toda la humanidad, sobre judíos y gentiles por igual, y la justa condenación de ambos. Explicó que la ley no salva, que no hay nadie justo, y que la justificación solo viene por la fe en la obra de Cristo, concretamente por nuestra identificación con su muerte y resurrección por medio de la fe. Morimos al pecado y resucitamos a una nueva vida en el Espíritu Santo, vida en la cual somos más que vencedores, superando todo obstáculo por medio de la fe.
 
Solo hay un evangelio, el evangelio de Pablo, “mí evangelio”, como lo llamó él, porque Dios lo usó a él para ordenarlo. Era el mismo evangelio que predicaba Jesús y el mismo que predicaban los demás apóstoles, pero Dios se lo reveló a él y le dio la responsabilidad de poner los datos históricos de la vida de Jesús en orden teológico, pues el evangelio es su vida. De todos modos, la salvación no es solamente una comprensión correcta de las doctrinas de la salvación, sino una relación vivida con Jesús: “Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo a quien has enviado” (Juan 17:3). Si le conoces, te salvas; si no, te condenas. Si Él te conoce a ti, te salvas; si no te reconoce, te condenas (Mat. 7:21-23). Solo hay un evangelio. El de Pablo es el mismo que predicaba Jesús. El evangelio es Jesús: es su nacimiento virginal como Hijo de Dios hecho hombre, su vida perfecta en cumplimiento de la Ley, su muerte expiatoria en la cruz del Calvario, su resurrección al tercer día, su ascensión al cielo, la venida del Espíritu Santo, y su promesa de volver a la tierra para reinar. La respuesta del hombre que hace efectiva la obra de Cristo en él es creerla y aplicársela. Es su identificación personal con la muerte y resurrección histórica de Cristo, su recepción del Espíritu Santo, y una vida consecuente en creciente intimidad con Cristo.       
           


       
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