“En aquellos días vino Juan el Bautista predicando en el desierto de Judea, y diciendo: arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado” (Mat. 3:1, 2).
El resumen del evangelio lo tenemos en las palabras de Jesús al empezar su ministerio, cuando repite las palabras de Juan el Bautista: “Desde entonces comenzó Jesús a predicar, y a decir: Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado” (Mat. 4:17). Los dos introducen el evangelio con estas palabras. El arrepentimiento es obra previa. Sin él, no hay conciencia de la necesidad de salvación. La predicación del evangelio siempre empieza con un llamamiento al arrepentimiento. Si las personas no saben que han quebrantado la ley de Dios, que han ofendido a Dios, que su ira cuelga sobre ellos y que les espera el juicio y la condenación, no hay conciencia de necesidad. ¿De qué tienen que ser salvos? Todo esto es obra previa. Por eso, Juan el Bautista vino antes de Cristo, para preparar el camino, hablando precisamente de esto, del pecado y del juicio. Y por eso, Jesús empezó donde Juan terminó, con el llamamiento al arrepentimiento.
Hoy día se predica un evangelio que dice: “Solo has de creer que Jesús murió por tus pecados y serás salvo”: “Cree en el Señor Jesús y serás salvo” (Hechos 16:31). Pero si no tienes conciencia de pecado, no ves la necesidad de salvación. El carcelero ya estaba bajo convicción de pecado y desesperado, así que Pablo comenzó en este punto positivo. Pero si solo hiciese falta que alguien creyese que Jesús murió por sus pecados, todos los católicos serían salvos, porque esto lo creen. Lo que les falta es estar bajo convicción de pecado y sentir la realidad de su perdición. El evangelio completo incluye la denuncia del pecado, la explicación de cómo hemos ofendido a Dios, cómo estamos bajo su ira, cómo merecemos la condenación y el infierno, y cómo no hay nada que podamos hacer para salvarnos a nosotros mismos. Después viene la explicación de la obra de Cristo llevando nuestros pecados sobre su cuerpo en la cruz, y de la limpieza de nuestro pecado por medio de su sangre. La única respuesta que salva es la del terrible reconocimiento de la justicia de Dios al condenarnos, el quebrantamiento, la contrición, el arrepentimiento profundo, el rechazo, la renuncia y el aborrecimiento del pecado, el colocar el pecado sobre Cristo en la cruz, y morir con Él a la vida vieja y resucitar con Él, por la fe, a una vida nueva en la cual uno se compromete a no vivir según la carne, sino en el Espíritu Santo, en obediencia a Dios, y como parte de la familia de Dios, la iglesia. Este es el evangelio que los apóstoles predicaban.
El evangelio que solo incluye el amor de Dios y su misericordia no salva a nadie. Lo que hace es llenar nuestras iglesias de personas que están convertidas a medias, que viven en el mundo, que no se comprometen con la iglesia, y no dan ninguna evidencia con sus vidas de ser realmente salvas. Solo Dios lo sabe, pero la Biblia no ofrece ninguna seguridad de que hayan pasado de muerte a vida, porque no ves la nueva vida en ellos. No hay fruto. Creo que esta es una de las lagunas más importantes de nuestras iglesias evangélicas hoy, la falta de comprensión del verdadero evangelio, y explica en parte la condición de las mismas. Falta la obra del Espíritu Santo regenerando a la gente por el poder del evangelio correctamente predicado.
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