“… y se levantaron los levitas de los hijos Coat y de los hijos de Coré, para alabar a Jehová el Dios de Israel con fuerte y alta voz… Y toda Judá y los de Jerusalén , y Josafat a la cabeza de ellos, volvieron para regresar a Jerusalén gozosos, porque Jehová les había dado gozo librándolos de sus enemigos” (2 Crónicas 20: 19, 27).
Lectura: 2 Cron. 20:1-6 y 20-22.
Una hermana que ama al Señor y le sirve con alegría aprendió que la victoria sobre nuestros enemigos viene por medio de la alabanza. Independientemente de este principio, estaba en una gran batalla contra el sobrepeso: el hábito de comer comida basura y el mal uso de la comida. Tenía unos cuantos malos hábitos acerca de la comida: usaba la comida como consuelo. Comía lo que quería y cuando quería; comía demasiado, gastaba dinero en comida que no alimenta, en caprichos y había enseñado a sus hijos a hacer lo mismo. Un día pensó en el principio que había aprendido sobre la victoria por medio de la alabanza y lo conectó con su deseo de victoria sobre el mal uso de la comida. Tuvo una idea. Decidió usar la alabanza para ganar victoria sobre caprichos y egoísmos con la comida. Su plan era empezar cada día con alabanza al Señor, alabanza seria y auténtica, del corazón. ¡Y para su alegría vio que esto le funcionaba! Alabando a Dios por la mañana cambiaba el ámbito en que se movía todo el día. Le daba fuerza. Era más consciente de la presencia de Dios y de la batalla espiritual en que estaba con muchos frentes. Y Dios le iba dando una victoria tras otra.
Como evangélicos nos escandalizamos con ciertos pecados, pero el comer demasiado no nos escandaliza. Esto se llama glotonería, pero a este pecado no le damos importancia. Muchos de nosotros llevamos un sobrepeso que no nos conviene, tenemos problemas de salud como consecuencia, pero preferimos tomar medicamentos que cambiar nuestros hábitos alimenticios. El Señor Jesús controlaba mucho sus hábitos al comer. Sacrificaba la comida para estar con el Padre en oración, para atender a la gente en sus necesidades y para enseñar a las multitudes (Juan 4:27-34 y Marcos 6:31ss).
Los evangélicos tenemos muchos picapicas, comidas especiales, comemos muchos pastelitos, compramos demasiadas bolsas de patatas fritas, gastamos mucho dinero en caprichos, nos alimentamos de coca-colas, compramos vinos caros, y muchos llevamos un sobrepeso y enseñamos a nuestros hijos que pueden comer caramelos cuando quieran y bollería a manta, y meriendas de comida basura cuando quieran. No tenemos la victoria sobre la comida. ¡Observa el comportamiento de la gente en nuestras comidas fraternales! Hemos de poner estas cosas delante de Dios en oración.
Además de esta consideración está el uso de la comida para consolarnos en lugar de buscar a Dios. Comemos cuando tenemos ansiedad y en lugar de orar. Comemos para estar contentos. Probemos el método de la hermana. Empecemos el día con alabanza del corazón a nuestro Dios que es grande en poder y majestad (Salmo 93) y mantengamos este ambiente de alabanza en todo lo que nos pasa durante el día y veremos cómo afecta todo lo que hacemos, ¡incluyendo el comer!
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