EL TRABAJO DEL ESPÍRITU SANTO

“Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio” (Juan 16:8).
 
Lectura: Juan 16:8-15.
 
Jesús dijo que cuando el Espíritu Santo viniese Él convencería al mundo de pecado, de justicia y de juicio. Este sería el trabajo del Espíritu Santo, no el nuestro. Cuando nosotros asumimos esta responsabilidad, estamos metiéndonos en terreno que no nos corresponde. Estamos asumiendo el papel de Dios. Es muy grave este error, porque estamos jugando a ser Dios.
 
No estamos equipados para convencer a nadie de pecado. Este es el trabajo exclusivo del Espíritu Santo. Pablo dice: “Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado” (Gal. 6:1). Si nosotros vemos lo que consideramos pecado en una persona, hemos de restaurarla. No hemos de alienarla, no hemos de insultarla, no tenemos que herirla, o denunciarla en público. Notemos que está escrito en plural. No es trabajo de uno, sino de dos o tres. La meta es restaurarla, no es la de convencerla de pecado. Solo podemos hablar con él. Si esta persona es creyente y no considera que lo que ha hecho es pecado, nosotros no tenemos nada más que hacer, porque no podemos convencerla de pecado. Hemos de dejarla en manos de Dios y dejar que lo haga Él. Siempre cabe la posibilidad de que estemos equivocados nosotros y que no hayamos juzgado correctamente la situación y que la persona sea inocente. Dios es el único que sabe todas las cosas. Si el resultado es todo menos restauración, si hemos perdido la relación con el hermano, hemos fallado. Si nuestra acción se ha llevado a cabo con mansedumbre y humildad, y no con prepotencia, o con la actitud de que somos mejores creyentes que él, es más fácil restaurar al hermano. Si el resultado de nuestra acción es malestar en la iglesia, gente ofendida y lastimada, si no hemos actuado con mansedumbre, con cuidado para no ser tentados, sino que hemos caído en la tentación, necesitamos pedir perdón y hacer un trabajo de reparación de la situación.
 
No estamos equipados para convencer a nadie de justicia. A veces tenemos nuestras ideas estrictas y legalistas de lo que es justo y lo que no lo es, y fallamos en nuestro juicio del hermano. Nos preguntamos: ¿Soy yo justiciero? ¿Me meto donde no me llaman? No estamos equipados para convencer a nadie de juicio. Dios es el único Juez. Cuando juzgamos a un hermano y lo condenamos como indigno de relacionarnos con él, estamos en terreno peligroso. La condenación es futura. Todavía no ha llegado el Día del Juicio. El Señor Jesús es el que camina entre los candeleros con ojos de fuego y una espada aguda de dos filos que sale de su boca (Apoc. 1: 13-15). Él está atendiendo a sus iglesias. Ve lo que es pecado. Su Espíritu se sirve de la Palabra para convencer al hermano de pecado para restaurarlo. El Espíritu Santo está en la iglesia para hacer su función bajo la dirección del Señor Jesús. Nosotros decimos lo que hemos de decir, y luego oramos y dejamos que el Espíritu Santo haga lo que solo Él está equipado para hacer. Él lo hará con eficacia y restaurará al que ha pecado a su debido tiempo. Gracias al Señor por el cuidado de su Iglesia.    

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