“Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles. Mas el que escudriña los corazones sabe cuál es la intención del Espíritu, porque conforme a la voluntad de Dios intercede por los santos” (Romanos 8:27).
Lectura: Rom. 8:22-27.
Damos gracias a Dios por la maravillosa ayuda que tenemos en el Espíritu Santo a la hora de orar para que oremos en perfecta unidad con la voluntad de Dios.
Hay varias cosas de este pasaje que nos sorprende. La primera es que Dios quiere que oremos para que se efectúe su voluntad. ¿Qué pintamos nosotros diciéndole a Dios lo que tiene que hacer? Él puede llevar a cabo su voluntad sin que nosotros intervengamos para nada. Dios ha determinado, por algún motivo que no comprendemos bien, que nosotros participemos en la determinación de las cosas, pero, habiendo dicho esto, si se hiciese nuestra voluntad en la tierra, sería un desastre. Para evitar el desastre, Dios ha puesto un intermediario entre nuestras oraciones y Él, quien es el Espíritu Santo. Nosotros no tenemos infinita sabiduría para determinar lo que debe pasar en el mundo: “pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos”. Pensamos que lo sabemos, pero la verdad es que no. Pensamos que una cosa conviene, o que no; o que otra cosa hace falta cuando no es lo más conveniente; o que una persona debe hacer una cosa, cuando realmente lo que debe hacer es otra cosa; y pensamos que Dios debe hacer esto, cuando realmente debe hacer aquello.
Para que no pidamos mal, el Espíritu Santo modifica nuestras oraciones. El Espíritu Santo en nosotros intercede por nosotros con el lenguaje de gemidos. Dios sabe interpretar estos gemidos: “mas el que escudriña los corazones sabe cuál es la intención del Espíritu”. Dios entiende lo que el Espíritu está diciendo. El Espíritu está pidiendo lo que realmente conviene, “porque conforme a la voluntad de Dios intercede por los santos”. Así que el Espíritu Santo intercede al Padre por nosotros según la perfecta voluntad de Dios, y Dios lo hace. El Padre hace lo que el Espíritu pide.
Entonces nos preguntamos: “¿Por qué hace falta tanta complicación? ¿Por qué hace falta que nosotros intervengamos en lo que pasa?”. Y también preguntamos: “¿Por qué tiene que orar el Espíritu Santo a Dios si Él es Dios?”. Porque el Padre siempre toma sus decisiones en consejo con el Hijo y el Espíritu Santo. Hay unidad de criterio. Hay diálogo. Hay comunión. Y hay autoridad compartida. Dios Padre no es un dictador. ¡No es un dictador, hasta el punto de querer que nosotros participemos en lo que Él determina! Esto ya es demasiado sublime para que lo comprendamos. Tenemos una responsabilidad muy importante que nos obliga a estudiar la mente de Dios, comprender sus caminos, discernir su voluntad, y desear llevarla a cabo. Todo este ejercicio nos obliga a crecer espiritualmente. Es una bendición. Y una responsabilidad. Hay unas alteraciones y enmiendas por el Espíritu Santo, ¡pero, con todo, está la tremenda bendición de poder presentar nuestras peticiones delante de Dios sabiendo que llegarán en perfecto estado por la intervención del Espíritu Santo y que serán contestadas!
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